Al faro lo cerca el mar, lo embiste, lo encierra, lo esconde a la vista, lo borra, lo aturde, pero el mar termina retirándose siempre; no hay asedio que perdure, ninguno permanece. La luz se yergue, derrotando a la sombra, cercándola, escondiéndola a la vista, borrándola. Uno querría ser faro, más que otra cosa. Ser la luz que va y la que viene, la que alcanza lejos y perdura y la que se achanta y se pierde a poco de alumbrarse. Ser el faro. Nos concierne el recado de la luz. Ella nos escribe. Y que los que nos acompañen en el trasiego de la vigilia sean también guía, consuelo, cobijo para cuando el mar del tiempo nos abata.
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