23.3.25

Branquias, cigarrillos, Kafka

 Escucha uno que hay gente que no sabe si ir guardando la ropa del invierno o una pareja de cada especie para que no se pierda el reino animal. A lo que teme mi asombro es a que se distinga en mi costado unas buenas branquias y comparezca algo del anfibio que siempre llevamos dentro. Vinimos del agua y acabaremos volviendo a ella. Con resignación, con perplejidad, mira uno el cielo lento y exacto y se pregunta si el sol se ha retirado definitivamente, si no saldremos nunca de esta dinámica borrascosa que haría feliz a las hermanas Brontë y tiene a la Virgen de la Cueva de trending topic en los memes del móvil. Un poco harto y otro poco agradecido, se queda uno en casa, mira por la ventana y busca hoy domingo con qué ocupar la mañana tenebrosa. Ni dan ganas de salir al patio a echar un cigarrillo. Quizá esta elocuencia pluviométrica consiga que deje de fumar y sustituya los pitillos por pipas tostadas a la sal o caramelitos mentolados. El caso es tener algo que hacer. En estos días me acuerdo mucho de Kafka. Su Samsa no era tan descabellado. Yo creo que la evolución de las especies comienza con estos milagros de la climatología. No tengo recuerdos del verano, del sol a plomo en las calles del sur, del sudor como un elemento narrativo del alma. Cuando el termómetro se desquicie (llegará, yo pongo una semana para que la tierra arda como un adolescente promiscuo) echaré en falta las branquias en el costado. Mientras escribo, me las toco. Son pequeñas todavía, pero tienen la consistencia de un hueso dislocado. 

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