Pero qué bien me lo pasé la tarde del viernes en Madrid. Qué de amigos abracé y me abrazaron. Qué buena conducción la de César y Eloy, qué en volandas me llevaron, qué cómplices en todo. La de cosas que dije sobre mi novela, lo que escuché de ella. Qué charla, qué familiar todo. Qué bonita la Alberti, cuánta gente hubo. Era la primera ocasión que la criatura se exponía al escrutinio popular y doy fe de que todo fue favorable, elogioso. A mayor encomio, más abrumado y agradecido estaba yo. Pensé en los que no pudisteis estar, en los abrazos perdidos, en la suerte que tengo por haber hecho que los que por allí anduvieron decidiesen compartir su tiempo con el mío y que todos festejáramos el amor a la literatura. Tras decir gracias las veces necesarias, todas con colmo, creo que hasta cortas se quedaron, no reparé en elogios hacia la portada de Fernando y el cuidado en la edición de Mahalta, mi nueva casa. Luego vinieron palabras sobre los motivos que hacen nacer una novela, los deseos insatisfechos, Borges, el pecado, el don de la ficción, la literatura y la belleza, los mimbres de la escritura…pero las palabras que hoy domingo me trae la memoria son las de la amistad. Esas escucho, ellas son probablemente las que todavía permanecen. Allí Paco, César, Eloy, Alfredo, David, Alfonso, Pedro, Gloria, Eugenio, Manuel, Alberto, Rafa, Almudena y Emma, olvidaré citar a muchos. Allí mi familia: Sara, Emilio y Toñi. Los veía de lejos y sonreía por la fortuna de tenerlos. Allí la sensación de que a veces todo sucede como uno querría.
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