2.2.08

Rehabin' the zombie


En la puerta del infierno Keith Richards ha montado un stand para firmar discos. Acuden toxicómanos, divas del papel couché enganchadas al polvo de estrellas y libertinos de todo signo que han visto en su mirada torcida un hueco por el que despeñar su vacío mental. Cuando le pesa la mano, abandona el púlpito y se deja caer por el mundo. Lo vemos en un cocotero o lo vemos en una timba de cartas en Malibú mientras sus guardaespaldas vigilan que el bourbon no esté rebajado con agua. No tenemos la certeza de que tenga sensibilidad: probablemente la perdió a finales de los sesenta y desde entonces se desplaza como un zombie y ejecuta los riffs como un zombie. Fuma y bebe como un zombie. Los zombies afiliados al star system tienen jacuzzi y una cuenta corriente lo suficientemente abultada como para meterse Colombia en vena y salir ileso. Se colige que el azar o la bondad divina intercede en su causa y sortean la muerte como el que esquiva una pedrada en un parque infantil. Pensando mal (o pensando bien, no alcanzo aquí a elegir) tal vez Keith vendió su alma al diablo en algún cruce de caminos habida cuenta de su amor incombustible por el blues, que es la madre patria del chasis que levanta la música que ha iluminado su vida.
Si buscas en la red, hay un tsunami morboso sobre el episodio de la esnifada parental. O cuando dijo en una entrevista que se metía por via oral un medicamento para las hemorroides llamado Preparation H . Tampoco se molestó en negar que en 1.972 se renovó todo el torrente sanguíneo. Eric Clapton le imitó años después y en la misma clínica helvética. Preguntado sobre si continuaba consumiendo heroína, Richards deslumbró a su parroquia con la confesión de que las drogas le seguían satisfaciendo igual, pero que las industrias farmaceúticas habían retirado justo las que más le gustaban. Como si a mí me birlan el chocolate Lindt.
Al mito le conviene esta épica mugrienta, este descenso a los infiernos. El zombie que se mantiene con vida milagrosamente es también un guitarrista formidable. A veces la leyenda mata al hombre. Richards es el pulmón de la mejor banda de rock and roll del mundo. De todas formas si la cara es el espejo del alma, el azufre de este tío está quemado, podrido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El cabrón no tiene tumba que lo quiera. Sólo hay que mirar la cara de psicópata, pero es un tío majo y no creo que se meta mucho con nadie. Estará mayor ya. Como mucho se enfrascará con Mick Jagger y esos no tienen cuerpo para aguantar una pelea. Lo del pacto con el diablo anda por la verdad.
Se le saluda, amigo.

Anónimo dijo...

O era un buen guitarrista. Los que le vieron en la reciente gira de los Stones dicen que tocaba como un manco. A él le habría encantado escuchar algo así, se habría ido de copas y después de putas con los que le acusan de algo así. No creo que exista un tipo más distante a mí en todo y que me caiga mejor. Tiene ese don, cae bien a todo el mundo. Se cuenta que es el único de los Stones que mantiene una relación fluida con el resto de componentes. Hace locuras y divierte leerlas, de hecho, a él le gusta divertir al populacho, ya sea esnifándose a su padre o abriendo esa bocaza para escupir algún desvarío. Un superviviente de sí mismo, un genio involuntario del marketing, un vividor que ha superado a la propia vida. Admirable, siempre, en su estudiada desfachatez. Cuando muera deberían exponer su cuerpo en un museo, no porque sea un guiñapo que se mantiene en pie sino por lo mucho que enseñaría a los que nunca han vivido.

Anónimo dijo...

El final, Álex: haber vivido, al menos.
Y en la edad que gasta estar en pie y ufano de sus tropelías.
El pacto no es invento mío, claro, Roberto. Es que lo dice la gente y se lee porque quién sabe si es verdad-

Amy

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