Todo vale para vencer al laicismo. Benedicto XVI ha declarado que el infierno existe: que no es un estado mental. Contradecir a su predecesor puede convenir para sofocar el relativismo que estrangula la recta vida moral. “Las imágenes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el Infierno es una situación de quien se aparta del modo libre y definitivo de Dios”, dijo Juan Pablo II. El limbo o purgatorio, ese estado provisional de purificación, está demolido desde que el Papa negó su vigencia y propuso la idea de que la metáfora continúa siendo útil. Suena a antiguo ese conocimiento perfecto de la utilidad del lenguaje poético para formular el credo y el catecismo cristiano. Nada entonces nuevo. El infierno que el Papa repone en los logotipos no da miedo . Dan miedo otras cosas. La economía montaraz, el precio de la fruta en el mercado, la frivolidad de los políticos y la política de lo frívolo. Los conflictos escondidos y los que se ven. La corrupción y el desprestigio de la educación. Por eso el Santo Padre ha emitido este dictamen teológico: no se puede liquidar el infierno. No al menos ahora, cuando lo laico parece que está sacando pecho y se está echando a la calle y hasta algunos gobiernos secundan y hasta alumbran este rebelión.
El pueblo que cierra su corazón a Dios es el inquilino propuesto para este infierno recién escriturado. Los malvados que se dejan contaminar por las golosinas del pecado condenan su vida eterna. El limpio de intenciones, quien disfruta la visión beatífica de Dios, hospeda su inmortalidad en el cielo, que a lo deducido por la cartografía del infierno, tampoco debe ser un estado mental. El Papa entra en embeleso místico o en desatino metafórico y entrega un fascículo de la pompa celestial. Blande el miedo pero subordina la salvación a la conversión a la fe y da al naúfrago espiritual asidero en la tierra para que su ingreso en la eternidad no sea chamuscamiento perpetuo y condenación infinita. Así funcionan las cosas: embeleco y pesimismo, pecado y cárcel. La holganza excesiva y el abandono de la fe hocican al hombre con sus demonios. La viña desvastada por jabalíes de la que habla Ratzinger precisa activistas católicos que la replanten. A lo mejor habla de eso Rajoy cuando publicita la reforestación de España con un número escandaloso de árboles. Será para no ver el bosque. O para emboscarse en él y pasear al arrullo candoroso de los jilgueros y las pastorales mecidos por el septentrión. Poesía pura.
1 comentario:
La foto da miedo, eso es lo que da miedo. Con la cara de buena persona que tenia juan pablo II.
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