Breach, grieta en inglés, es un título formidable. El espía se adjudica, en su perjuicio, algunos tópicos. Sencilla y plana, gana interés en la extraordinaria actuación de Chris Cooper, un traidor que se balancea entre el catolicismo fundamentalista, el porno, Catherine Zeta-Jones y el morbo de ser el topo y el encargardo de desenmascarle. El funcionario novato que lo cerca (Ryan Philippe) se involucra en demasía y acaba zarandeado por los efectos colaterales de una vida consagrada al servicio de la patria. Nada nuevo: el agente federal carece de familia, no puede mantener relaciones estables, acaba hospedado en el limbo generoso y confiable del alcohol y se plantea abandonar su trabajo. El argumento está manido, y no sólo va por uno por delante de la trama sino que inevitablemente la cierra antes de que el esplendoroso y ya tácito The End nos devuelva a la realidad. Y a pesar de este retahíla de puyas, no es El espía una mala película. Posee encantos suficientes como para merecer cierta atención y darle los honores que su estilística, matemática, objetiva, escasamente rica en matices, plantea.
Lo novedoso, lo que la extrae del tedio, aquello que juega a su beneficio, es la vertiente religiosa y el peso de los personajes. El topo, el insuperable espía muere por dentro: lo fulmina a diario su advocación católica, su consagración a una fe que no le impide el lento desmantelamiento de la Seguridad Nacional, el envío programado y limpio de secretos durante 22 años a la Inteligencia soviética. Esto es lo remarcable: que una película de espías obvie tópicos y se arrogue la posibilidad dramatúrgica de que el espectador, en un momento determinado, crea estar viendo una película religiosa o al menos una de contradicciones espirituales, una de ésas que exploran el tormento y el éxtasis (Carol Reed en la memoria) de quien bascula entre la obediencia de un credo y el pálpito ancestral de la traición, de la doble vida y de todo ese predecible submundo de placeres furtivos.
De una pulcra limpieza política (un funcionario retira un retrato de Clinton y coloca el de Bush, no hay atentados verbales excesivos a las cúpulas del poder) El espía no es ambigua, ni se queda en la insinuación - signos de otro cine de espías más lastrado por la espectacularidad y la mezcla de acción e implicaciones morales al modo de Ethan Hunt o Bourne -, se limita a contar la operación que atrapó al traidor.
Esta pulcritud moral se gestiona con la impecable fotografía de Tak Fujimoto ( Señales, El Sexto sentido), que siembra la tristeza con su cromatismo frío, perfecto para construir la credibilidad de las oficionas, donde transcurre la mayor parte del film. También es limpia la construcción de la trama, que crece con morosidad hasta alcanzar un desenlace gélido, necesariamente previsto.
Fría y aséptica, El espía asume las reglas del juego cinematográfico sin esfuerzos visibles, sin el concurso de giros en el argumento o en su discurso: la dirección de Billy Ray (guionista de Plan de vuelo: Desaparecida o Sé lo que hicísteis el último verano) es minuciosa, en exceso entorpecida por un deseo de ser artesano y procurar sobriedad a lo que, en apariencia, tal vez hubiese requerido una mano más flexible, un director de más riesgo. Aunque, bien visto, otras veces pedimos justo lo contrario: contención, mesura. Aquí Ray la despliega con oficio y propone un espectáculo digno, entretenido, al que le falta un punto de calidez, a pesar de la notable interpretación de Cooper (qué hombre más triste, por Dios), que hace de atormentado como nadie en el reciente cine americano (American Beauty) y le sobra, por momentos, intelecto. Tal vez sea ése su encanto, lo que hace que no pueda uno lamentar su visionado. En absoluto. Queda, en todo caso, encontrar las razones de la delación, el inventario de excusas que justifican la felonía de un profesional maduro, católico integral, que acepta los cargos y la defenestración pública sin revelar qué le movió, si el dinero, la tentación de llevar una doble vida o un patriotismo exacerbado conducente a demostrar la laxitud del Estado a la hora de cuidar a sus hijos, la grieta a la que se refiere el inglés original.
3 comentarios:
No es mala, no es mala en mi opinión "El Espía", aunque prefiero la versión televisiva en la que William Hurt borda el papel del espía traidor.
No funciona, en parte porque el casting (salvo Chris Cooper) no termina de cuadrar. La fórmula es la de siempre, cierto, matizada con elementos religiosos y sexuales. Se nota que dos horas no son suficientes, muchas cosas importantes se quedan sin aparecer: la obsesión del espía por las stripers (llegó a mantener una estrecha relación con una de ellas), sus desviaciones sexuales (involucró a un amigo en sus fantasías, siempre con su mujer como epicentro)... Sólo su fanatismo religioso es representado adecuadamente. Luego está la frialdad del relato y la credibilidad. Siete euros, Emilio, siete euros...
Pensaba yo curiosamente que la película tenía aires televisivos, y eso no es un demérito en estos tiempos de series formidables, cine en casa, vamos.
No la conozco, ahora que dices que existe.
He leìdo después información sobre el caso de hanssen, el expediente real.
Podría haber dado para mucho más, y no está mal, lo digo en mi reseña, pero me pareció, en general, extraña, gélida, poco cálida, perfecta en su neutralidad.
Pensaba yo curiosamente que la película tenía aires televisivos, y eso no es un demérito en estos tiempos de series formidables, cine en casa, vamos.
No la conozco, ahora que dices que existe.
He leìdo después información sobre el caso de hanssen, el expediente real.
Podría haber dado para mucho más, y no está mal, lo digo en mi reseña, pero me pareció, en general, extraña, gélida, poco cálida, perfecta en su neutralidad.
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