Tal vez el Ministerio de la Familia que anuncia Rajoy sea una versión católica o similar del Ministerio de la Vivienda. En políticas, las carteras ministeriales parecen compartimentos aparentemente estancos, pero puertas discretas los comunican y un ministro saliente de Educación puede mutar en ministro entrante de Administraciones Públicas, que viene a ser como si un vecino mío que montase un negocio de pasamanería quebrase y abriese, en el mismo local, uno de ferretería.
El ciudadano está en manos de ciudadanos, como debe ser, pero a veces se ignora la paciencia del administrado y se tira por el camino más práctico, más conveniente al Estado o al Partido o a la consecución del Bienestar Público, cualquiera cosa que pueda ser esto y que ahora no podamos entrar a considerar por no sentirse este cronista capacitado para desarrollar concepto tan elevado. Ahora que entramos en precampaña electoral quizá sería bueno pensar en la carrera política con la suficiente distancia. Se aprestan los equipos de propaganda a cerrar filas en torno al líder, a fijar frentes de acción y a manifestar un propósito polìtico firme, cercano y tarareable por la ciudadanía, como si fuese un jingle de la radio, una de esas melodías pop que silbamos tras un duro día de trabajo. La política tiene su estribillo, su coro funcional y operativo. Ahora toca oir el politono de turno y la vorágine de la maquinaria televisiva o radiofónica o periodística sólo ha enseñado parte de su más que contundente semántica.
Al final, cuando el pulso acabe y tengamos nueva legislatura, podremos reposar el empacho mediático y regresar a la ópera o al blues o al fado, géneros menos cómplices en los rudimentos propagandísticos que hacen que un perfil, una manera de presentar las cosas funcione y engolosine al personal, que únicamente desea pan y circo, amor y banda ancha, parques limpios y carreteras en condiciones, educación seria en el siglo XXI y bibliotecas reventonas de libros en todos los pueblos de España, trabajo digno y estable para los que revientan indignamente por pocos euros y sin la certeza de que ni siquiera eso dure y paz en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad, que es una máxima de resonancias clásicas, populistas o bíblicas, pero perfecta para expresar el deseo de la mayoría de quienes vivimos y sólo deseamos que los demás sean, al menos, tan felices como nosotros querríamos.
El administrado pide que su administrador merezca lo que se le paga. Ya está. Probablemente con eso bastaría. Con que la vil materia pecuniaria, que mueve el sol y también las estrellas, como decía Dante del amor que profesaba a su Beatriz, llegue a todos y nadie mendigue ni se rebaje para alcanzarla. A partir de mañana arranca el espectáculo. Pronto pegarán carteles y conoceremos las caras de los nuevos ferreteros de la patria. A lo mejor hasta encuentran el tornillo que nos hace falta, la pieza diminuta que encaja en la maquinaria herida y hace que todo ruede como debe y el país, esa formidable conjunción de personas hospedadas bajo el mismo techo, progrese y se acerque a donde quiera que deba acercarse para que todo funcione mejor. Que lo veamos. Que todos disfrutemos del apaño. Y no sé por qué me da que puedo poner este post en cuatro años si el blog sigue en pie y mi ánimo, por demás a veces alicaído, ya moribundo del todo.
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