22.10.07

Sunshine: La teoría del bronceador sideral


La épica de los héroes galácticos consiste en no regresar nunca. Su aureola de leyenda se forja en las estrellas, que es el entorno más propicio para la ensoñación y la mitificación colectiva. El cine de ciencia-ficción cubre el vacío que deja el western o el cine de inspiración medievalista. El atrezzo es manifiestamente distinto, pero el patrón, los arquetipos y la estructura narrativa es, en esencia, idéntica. Sunshine es un espectáculo de ciencia-ficción perfecto; no tanto así como entretenimiento. Danny Boyle, su entusiasta gestor, peca de ingenuo, se deja llevar por la parafernalia del juego apocalíptico y olvida atender con mayor mimo a unos personajes prometedores, pero que acaban perdidos en el vértigo de su empresa.
Sunshine se las promete en su arranque: la nave conjurada a depositar en un sol moribundo una carga nuclear que lo reavive. Inverosímil, alejado de mi experiencia emocional y, al parecer, no confirmado por la ciencia, el asunto se desmadra a mitad del trayecto y los astronautas van pereciendo como moscas en un vaso de vinagre sideral. Los tópicos se acumulan sin fractura posible. Se alía la mala suerte con la predestinación galáctica y el barullo tecnológico (luces homicidas, ordenadores que se lavan las manos como Poncio Pilatos) deviene en galimatías fuera de mi alcance. Se contenta uno con haber disfrutado de 2.001, una odisea del espacio o la serie completa de Alien. No soy, es evidente, fan del género, pero hay alicientes mesurables, espacios donde sabe uno cómo moverse y de qué forma disfrutar. No aquí: Sunshine desprecia el hilo comercial de cintas de parecido formato como Armaggedon y se instala con una casi insufrible autocomplacencia en un tipo de cine pretendidamente más serio, menos conforme con los avatares de la producción hollywoodiense. Y en ese voluntarioso ejercicio cuasi new age naufraga. se abisma en tediosos planos del espacio interestelar o como quiera que se llame.
El conflicto de supervivencia suscitado en la nave (salvarse ellos, salvar a la tierra, quizá falte la animadora) se resuelve más que discretamente, sin alardes dramáticos. Todo se deja abrazar por un aburrimiento espeso, escasamente beneficiado por la muy correcta puesta en escena del director y por la contenida labor actoral de un elenco al que le podían haber dado más carnaza literaria. La calidad técnica, en estos tiempos, no conmueve. Ya estamos saturados de luces de colores y montañas rusas a las puertas de casa.

1 comentario:

Mycroft dijo...

A niño prodigio del cine inglés le han adelantado vehiculos filmicos menos espectaculares, pero mas fiables:
Esto es una carrera de fondo. Y aunque Winterbottom pinchó, ay, y de que manera, con 9 songs (¿era una película?), por ahora el bagaje es que gana por goleada.

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