23.10.07

Disturbia: Hitchcock para adolescentes

El modelo
O eres análogico o eres digital. El suspense grandilocuente y sensible del gran Alfred Hitchcock basculaba entre la evidencia cartesiana, aprehensible, sistematizable y computable y la incertidumbre del asombro, que no se deja manosear por patrones predecibles ni consiente la rutina o la estética neutra. Hitchcock conducía su talento por territorios ambiguos y refutaba la preeminencia del bien con sórdidos hachazos de maldad pura, con pertubadas conclusiones sobre la condición humana. Pero eso era Hitchcock, que era un ser analógico y sostenía su portentoso pulso cinematográfico sobre nobles asideros, casi todos literarios. El imperio de la imaginación planeaba, libre.
Si es cierto que los jesuitas inventaron el suspense, según cierta anécdota sobre su vida en un internado inglés y cómo el noble claustro regente dejaba que los castigados administraran las severísimas agresiones físicas de las que era objeto, Hitchcock inventó el suspense dramatizado, el suspense como único ingrediente de la trama. Todo lo demás es accesorio. El espectador es también actor de esa trama. James Stewart es el inválido que escruta su patio de vecinos en busca de emociones fuertes y se encuentra con lo que él cree que es un asesinato, pero James Stewart, en un formidable juego de espejos, es también el espectador plácidamente instalado en la butaca, en un sutil ejercicio de voyeurismo duplicado. No podemos criticar aquello que nosotros estamos bendiciendo con nuestro visionado.
La copia
D. J. Caruso ha filmado una atractiva actualización del voyeur de Hitchcock en esta Disturbia, pero los tiempos dictan sus leyes y no es posible minimizar el espacio fílmico y dotar al joven que interpreta Shia Lebouf en el adulto que otrora hiciese James Stewart. Uno está proverbialmente dotado de una sofisticada mentalidad digital y el otro es un iluso analógico que tan sólo posee unos prismáticos y un aburrimiento de caballo. En este sentido, Disturbia es la película lógica para los tiempos en los que vivimos. Ipod, Windows Live, banda ancha, X-box, Mac como portátil... Todo esa parafernalia tecnológica es la bandera de enganche de un argumento sólido, conducido con esmero y muy hábilmente montado para contentar a un variado registro de público.
Disturbia es un thriller teenager, un inquietante dibujo de la soledad de un individuo que la Justicia ha confinado en su domicilio por medio de una tobillera electrónico con GPS para que expíe la agresión hacia un profesor. Es también un ameno vehículo para mezclar suspense al más puro estilo Hitchcock con romanticismo bobalicón de adolescentes con las hormonas reventándoles todas las costuras del alma.
En su esencia, Disturbia es una propuesta inteligente, escasamente recordable, pero que se hace amena en su no muy extenso metraje.
No merece la pena hacer el juego de los contrastes. Cada época tiene sus referentes y ésta, abalconada al vértigo de los gadgets, delirante en su maquiavélica demolición de la responsabilidad y del noble capítulo del esfuerzo personal, produce sujetos como el retratado en el film, individuos sin estridencias, que puede ser héroes o villanos y no precisan excesivo argumentario para dejarse llevar por una opción o por la otra. Y el malo, el brumoso asesino de la casa de enfrente, un plano David Morse, es un vagamente aceptable ciudadano anónimo, sin el encanto de un Hannibal Lecter o la morbosidad del Estrangulador de Boston (un formidable Tony Curtis, por cierto). Aquí es un sujeto carente de historia, uno al que no podemos buscarle razones que justifiquen su anomalía porque (sencillamente) no importan. El batiburrillo de tópicos están ensamblados con oficio y la malicia del voyeur está rebajada con azucarados paisajes de comedia juvenil para que todo se ajuste al dictado moral que va a permitir hacer una caja más grande.
El único requisito de la trama es que ha matado mucho y que su casa tiene un sótano infernal en donde festejan su buena suerte todos los gusanos del mundo. Hubiésemos querido un tono más escabroso, un regusto más sórdido, pero D.J. Caruso - un tío listo - ha preferido no perderse en sadismos, en salidas de tono, en variaciones más o menos gore de la historia original. Lo suyo es más acaramelado: no hay factor sorpresa, pero el juego creado por sus guionistas propicia escenas bien planeadas y ratos de cine entretenido a más no poder. Y eso, contaminados lectores, es mucho y se agradece mucho más.
1954 queda muy lejos. Disturbia es un chicle ligero, aceptable, pero quizá apetezca un chuletón de buey de Kobe y entonces, ay amigo lector, lo que nos salva es la magia de nuestra estantería de DVDs y la lujuria de sacar de su funda el original y depositarlo con exquisito mimo y arrobo irrenunciable en el reproductor. Oscuridad. El cine existe. Y es uno de los placeres más irrenunciables que tenemos.


2 comentarios:

nonasushi dijo...

Me pareció bastante floja. Me decepciono. Pero la vi en el avión de camino a Tokyo, nerviosa y deseando llegar.

Pero si la veo de nuevo, seguiré pensando lo mismo (creo)

Emilio Calvo de Mora dijo...

Ay muchacha, cambio yo haber disfrutado algo con ella - lo hice - por viajar a Tokio y sentirme decepcionado por la cinta. Qué viajera es usted. Es envidia, sana, sana, sana.
Cuente en algún post, aparte del cine, su visión del japanese world.
Lee´ré gustoso. Me encanta la cultura nipona.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.