Cronenberg dice ser "un documentalista de los aspectos más oscuros del alma humana": le vaticino una filmografía prolija, apabullante, un trabajo duro con la brega habitual de personajes perversos, retorcidos, infectados por el mal y conjurados a padecer una expiación lenta, cuando no imposible.
Medem no hurga en el lado oscuro del alma: le importa escasamente la descripción de perversión alguna. La suya es una historia de casualidades, de ocultamientos, de ensoñaciones y, en todo caso, de desórdenes morales. A diferencia de Cronenberg, Medem hurga en la naturaleza poética del caos, en la sugerencia más que en la evidencia (explícita), pero lo hace mal, al menos, en esta Caótica Ana, que no convence. Además diré que, por tramos, aburre. Confunde el lenguaje metafórico con la escritura automática. Difumina los aciertos de las imágenes, que los hay y en cantidad, con obviedades, algunas rayanas en lo ridículo. Ese final no tiene pies ni cabeza ni argumento que lo defienda.
La cinta carece del rigor exigible a un cineasta del talento de Medem. Ni siquiera consigue el asombro, que es el requerimiento primaria de toda empresa que aspire a la categoría de artística. Negado el asombro, desarmada la capa más permeable de la sensibilidad, resta esperar un buen argumento, una elocuencia narrativa, pero no hay nada de esto. Medem conspira contra sí mismo y atenta contra el Medem que guardamos en nuestra memoria cinéfila. El Medem de Vacas, de La ardilla roja o de Tierra o de Los amantes del círculo polar, una exquisita indagación sobre la soledad y sobre el amor. Esta Ana es un disparate de vanguardia retorcida, un experimento grato a incondicionales (no me tengo por tal) y voluntariosos coleccionistas de imágenes (a veces incurro en ese vicio, pero Medem todavía no me ha motivado lo suficiente). Nada hay aquí perdurable. A Bebe le dan un papel borroso, poco creíble, de un natural casi pecaminoso. Ana (Manuela Vellés) es una mujer etérea: demasiado etérea. Pasa de ser un ángel de amor, una deidad promiscua retozante en playas nudistas y raves de playas barcadi a un brazo armado de las fuerzas del mal. Todo sin que tengamos la mínima información sobre las motivaciones verdaderas que mueven a esta fauna surrealista de personajes que Medem, cual demiurgo de sus vicios, saca de su manga a beneficio de alucinados. No me tengo por un espectador acomodado. Me inclino por una porción razonable de riesgo. Me hartan las películas o los libros o los discos que no indagan en sus propios compromisos y quedan en rutinarios ejercicios de mercado. Caótica Ana tiene, a su favor, la ambigua cualidad de ser diferente. Lo es en grado sumo. Medem, a diferencia de Mariano Ozores, pongo por indicativo caso, no hace películas para todos los públicos. Y no hablo de edades, claro.
Caótica Ana es una película activista, una declaración firme de principios morales y éticos muy sólidos. Nada de eso es posible ponerlo en solfa. Lo que Medem marra, y cómo, es en la textura de su idea, en la forma en la que sus preocupaciones toman cuerpo en imágenes. Si lo que ha pretendido es un "viaje al subconsciente", ha conseguido un paseo por las nubes, un atribulado capítulo de necedades apoyados en una imaginería visual potente y una aureola de director "iluminado" que es cosa de ir cambiando por director "ensimismado".
Este mundo de Medem está abocado al onanismo. Ibiza-Madrid-Nueva York no es un triángulo geográfico. El verdadero viaje es el interior, la fuga hacia adentro, que no quiere decir nada, pero que puede dar para escribir un manual sobre ombliguismo plenipotenciario o un tratado de onomatopeyas expelidas en el sutil y espumoso momento del orgasmo.
Para sesiones de hipnosis artísticas me quedo con los discos de Ravi Shankar o con algunos trozos de los primeros Pink Floyd, cuando Syd Barrett, enchufado de ácido, mandaba y ordenaba quién se colgaba, cómo y desde qué nube.
Para desórdenes morales y retorcidas regresiones entre lo patológico, lo onírico y lo metafísico me quedo con Lynch, con Cronenberg, genios con autoridad sobre la paleta de colores -grises incluídos - de la condición humana. O al menos de la condición más extraña. Ana no es extraña. La han escrito así.
La música de Jocelyn Pook (Eyes wide shut) contribuye a maniatar el espíritu y no desear salirnos de la sala y perdernos en nuestras propias tribulaciones. Yo tengo hoy dos o tres con las que amenizar un paseo por las calles.
5 comentarios:
He leído que es lapeor de Medem. No me apetece nada verla. Me resulta cansado y estoy muy vaga. Saludos
No la he visto pero sí he leído y escuchado opiniones más feroces que la tuya, Emilio. Echo de menos al Medem de "La Ardilla Roja", "Tierra" y "Los Amantes...". En "Lucía y el Sexo" me dio la sensación de estar perdido, sensación que parece confirma su "Caótica Ana". No está el percal como para perder talentos líricos como el suyo. Y qué grande era Mariano Ozores. Parece mentira que se menosprecie sistemáticamente a alguien que comprendía la esencia del ritmo cinematográfico como pocos lo han hecho en este país. El problema en su caso suele llegar de la confusión entre continente y contenido. Sus películas exhibian un continente ejemplar y un pobre contenido. Pero de lo último él no tenía culpa. Prueba de ello son las películas similares que él no dirigió y se estrellaron en taquilla entre bostezos del público menos exigente. Luego está su visión de la España de la transición: la caspa, la pana, el gorrón, el chulo, "el listo"... Y montones de tetas para saciar a una masa hambrienta.
alex
El talento, en España, en la época del Generalato, era ninguneado, constreñido, mandado a la puñeta sin miramientos; se jaleaba la pandereta nacionalista, el despiste cultural adornado de peineta y de chiste chusco. Ozores exhibía sin pudor las anemias estéticas del régimen y hacía como aquel disco de los kinks, dar al pueblo lo que pide... Lo daba en grado mayúsculo. Su cine era pedestre, silvestre, agreste, pero nunca ajeno a las circunstancias concretas que lo patrocinaban, fomentaban y, en última y poderosa instancia, lo bendecían. Cuando el general murió, Ozores abrió la veda del pubis inocente, aunque hirsuto, y de la liga alegre y de la teta suelta. Ahí el pueblo, el que había estado con la peineta y el sainete, con las historias de niñas repollo y niños cantores de móstoles, se tiró - voraz, lúbrico - a la taquilla. Qué pobre país. Democracia izada, Ozores devino en digno notario de las novedades (La hoz y el martínez era herencia Ozores cien por cien) y hoy no hay Ozores que cuenten tan academicamente las historias. Escritura clásica, aunque no sea preston Sturges. El mundo es extraño, my friend.
nonasushi
no vaya usted, amiga. Pierda su sin duda valioso tiempo en alguna música sacra, en libros de Martin Amis - acabo de terminar uno - o en paseos por las calles de la pérfida albion con la secreta vocación de estar descubriendo algo nuevo a cada paso. Eso es de lo que habla la cosa de la caótica Ana. Ya ve, se la he contado. Disculpe.
Medem siempre ha sido un autor masturbatorio, autista, pedante, y con la fiebre enfermiza del que desea ser considerado auteur cueste lo que cueste...
Eso si, los amantes... era una película enorme.
Pero con ese guión debía serlo. Trata de personas, no de meros monigotes oniricos para jugar a los playmobils freudianos con camaras mediante.
Francotirador verbal, sr. mycroft.
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