"En las prisiones rusas llevas tu vida en forma de tatuajes. Si no tienes tatuajes, no existes". (Un comisario de Scotland Yard, en el film)
David Cronenberg está tocado por la gracia y Promesas del Este es la evidencia de su magisterio. Su poética sigue siendo de naturaleza enfermiza, su aliento es el morbo y continúa inasequible al desaliento creativo, pero se ha plegado a la industria o, expresado de otra manera, la industria ha cedido una parte de su territorio limpio y ajeno a escándalos y le ha permitido crear lo que sabe: personajes abocados a la tragedia, paisajes tenebrosos de cuerpos bordeando siempre el límite, la sociedad paranoica. Cronenberg, que está enfermo, parte de géneros cuyas convenciones está dispuesto a invertir. Ese revisionismo deconstructivo burla la apariencia de cine críptico que normalmente se asocia a todos los creadores rev0lucionarios. Lo que le interesa a Cronenberg no es hacer un lenguaje nuevo. Tampoco cuestionarse (y cuestionarnos) la naturaleza maleable de la narrativa cinematográfica, que puede ser coherente en la ciencia ficción, en el peplum o en el gore nauseabundo con tal de manejar con sobriedad y estilo los mínimos elementos formales que la conforman. De lo que se trata es de contar historias, y disfrutar con el revés de su textura más explícita.
Los mundos de Cronenberg siguen siendo angustiosos, de una crudeza visual que tal vez sólo se atreve a filmar Lynch, otro maestro de lo desapacible, aunque menos afincado en los territorios de la comercialidad (véase la fractura mental que produce Inland Empire,que hoy he alquilado en un videoclub para darle un segundo visionado, en un espectador despistado). Si Una historia de violencia exploraba, al modo de un Shane pop, la naturaleza inconmovible del ser humano, su inequívoca tendencia a la violencia y a la rendición a los instintos, Promesas del Este adopta una postura menos radical, aunque de esencias similares. El chófer del mafioso ruso afincado en Londres es un paradigma del sujeto plenipotenciario, aunque atrincherado en la cómoda fachada de su oficio. Ajeno, en apariencia, al vértigo de los negocios de su jefe, pero sensible a las desgracias ajenas y secreto demiurgo de su redención. Lejos de la mecánica quirúrgica que ha poblado el cine de Cronenberg, su nuevo delirio apela a consideraciones más terrenas: es cine convencional, exento de la rebuscada moral de antaño, menos transgresor, aunque de una contundencia expositiva igual de eficaz. Tan sólo hay que ver el arranque portentoso del film, su violencia directa, que no es gratuita y sobre la que se apoya la mayor parte de la trama. Este cuento de Navidad tiene también su final feliz, su concesión a la ternura.
Que Promesas de Este sea una obra de encargo - también lo fue Una historia de violencia - informa sobre la necesidad del autor de alcanzar un público mayor y entrar en el mainstream de forma ya duradera. Un envidiable elenco da a Cronenberg libertad para centrarse en matices, en colores, en gestos: Armin Mueller-Stahl, Viggo Mortensen, Vincent Cassell y Naomi Watts bordan (sencillamente bordan) sus papeles. Los personajes de Promesas del Este deambulan por la tenebrosa ciudad de Londres con su carga de culpas y de expiaciones, con su mitología y sus códigos. Los clanes de la mafia rusa exaltan una ciudad subterránea, aunque visible, inédita, fotografiada con mimo y aupada como casi un personaje más a la historia.
La nobleza de los gángsters al uso, su despiadada pero razonable pericia en hacer el mal no tiene en éstos solución de continuidad alguna. Es fascinante la composición que realiza Mueller-Stahl del patriarca ruso, el dueño del restaurante. O su hijo, un inspirado Vincent Cassell. Caso aparte, mención aparte, comentario aparte merece Viggo Mortensen, un actor metódico, ilustrado, conocedor del oficio y creíble en todo lo que hace. Incluyendo Alatriste, a pesar de su arrastrada fonética.
Promesas del Este avanza a brazadas cortas, sin el estruendo de otras cintas de compartido aliento. No se corta en ser dura cuando la dureza es precisa (la barbería, los baños, el "maquilllaje" del mafioso sacrificado) y tampoco disimula su querencia por el tránsito suave, por el melodrama pausado, tierno. Habla de gente corriente empujada a situaciones extraordinarias. Habla de situaciones extraordinarias solventadas con ideas sencillas de gente corriente. Y el final, no conviene nunca explicar la belleza de los finales cuando son realmente hermosos, convence, y de qué forma.
En otro orden de cosas, asistimos (y esto es una novedad) a un Cronenberg piadoso, conmiserativo, regenerado de sus incursiones en la epidermis de la maldad y arrojado, como un ángel de luz, como un experto en la raíz canalla del ser humano y súbitamente instalado en una ONG de la moral. El final de Promesas del Este es un cántico diáfano, un poema en prosa cinematográfica dedicado a la templanza. Un manual del gángster lírico. Podría (es cosa de ver la película y apreciar el giro formal) suceder que todo se acogiese a la venganza. Scorsese se siente más cómodo en no dejar títere con cabeza y arramblar con todos los flecos del mal, sin dejar ninguno libre, aireando (orgulloso) su tropelía. Pero no nos engañemos con este súbito ingreso en la hermandad de las buenas obras: Cronenberg sigue escondiendo en su manga los ases ensangrentados, la perversión de sus reflexiones morales y, sobre todo, la lúcida comprensión de la violencia, de la infelicidad, del abandono y de la infamia como verdaderos motores de la naturaleza humana.
Se reinicia el noir clásico en este siglo XXI: no habíamos tenido candidatos. Lo sórdido se matrimonia con la ternura, el asesino lleva un libro de Walt Whitman bajo el brazo.
posdata:
la pelea en los baños turcos, cuatro minutos de salvajismo puro, precisaron cuatro días de rodaje y casi dos semanas de ensayo. Viggo Mortensen, desnudo, obra el prodigio de que la violencia (la de Cronenberg) sea soportada, contemplada como un episodio más de la condición humana. Malraux la vería con gusto: también hay nihilismo en la obra del director canadiense.
Obra maestra.
4 comentarios:
Obra maestra la cinta y fantástica la crítica.
Se deja un poco al final, en mi opinión. No es una obra maestra, pero se acerca fantásticamente. Un abrazo.
Que el hecho de no estar de acuerdo con tu valoración no impida que señale tan excelente reseña. Más que eso, tu escrito se adentra con creces en la categoría de crítica. Brillante en su exposición y conclusiones. No tenía pensado hablar de la película de Cronenberg, pero tras leer tu opinión trataré de dar forma a la mía.
Más lo uno que lo otro, Jaime; de todas formas, gracias.
Los matices no son importantes. También puede ser mala a tu juicio, pero cómo he disfrutado, Juanico.
Alex, de eso se trata, creo. De suscitar lecturas nuevas, ganas de escribir, de indagar en lo visto. Si lo escrito por mí te ha dado ese plus de intenciones y de ganas, estupendo entonces. Ganas también de leer lo que escribas. Saludos.
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