22.9.08

Sobre la importancia de transportar libros...


La vida diaria esta alicatada de pequeñas anécdotas, episodios banales que la hacen llevadera, me dijo K.. Me contó que las iba anotando en una libreta de gusanillo firme y pasta dura que guardaba en el bolsillo del abrigo. El invierno es la estación perfecta para dar rienda suelta al escritor que llevamos dentro, Emilio. En verano, bien al contrario, K. me confiesa que pierde toda esa voluntad notarial y se conforma con apuntar en word, horas después, ideas sueltas, menudencias sintácticas, apuntes sobre lo que la memoria escamotea al olvido. A mí me sucede algo parecido con los abrigos: los atiborro de libros y de libretas. El frío es quien inspira las ideas, insiste K. No sería nada sin mis abrigos. Es fantástico salir a la calle con un libro de poemas de Ruben Darío, que puedes ir mirando en una parada de autobús e ir de las inclitas razas ubérrimas a la letanía de Nuestro Señor Don Quijote con arrobo adolescente que llevar el peso formidable de las memorias de Stockhausen, que alguna casa especializada en el stress de los tiempos modernos se encargará de publicar en esas perfectas y manejables ediciones diminutas. Igual que según dónde vayamos nos colocamos una ropa u otra, así deberíamos elegir qué libros echar al abrigo.
Como ayer comenzó el otoño y parece que el frío principia ya en el tacto de las cosas, he ido sacando libros de las estanterías altas, a las que la vista no alcanza para leer los lomos, para amenizar esperas en los cafés o la rutina de los lunes y los miércoles cuando mi hija sale del Inglés y la espero en la vuelta a casa. Mi mujer, que lee también lo suyo, lo tiene infinitamente más fácil que yo. Que cualquier hombre. Hasta en esto K. me daría la razón. En verano. En invierno. Sólo es cosa de abrir el bolso y meter a Panero o a Faulkner. Tal vez por esto de los bolsos las mujeres, por lo general, son más listas que los hombres. La mía, al menos, mucho.

3 comentarios:

Isabel Huete dijo...

Jajaja, me sugiere tu lectura un reduccionismo de la listeza de las mujeres al tamaño de un bolso. Pero sé que no es eso lo que piensas, o creo saberlo :)
Yo no llevo nunca un libro en el bolso porque sólo puedo leer cuando hay silencio a mi alrededor. Cuando estoy entre la gente lo que me gusta leer son sus caras.
Un besote.

Emilio Calvo de Mora dijo...

No, por supuesto que no, Isabel. Sostengo y mantengo la listeza de las mujeres por encima del tamaño de los bolsos. Es sólo una cuestión de volúmenes, y ahí tampoco quiero que se abra otro chiste fácil.

Anónimo dijo...

Bueno, yo siempre llevo una mochila encima, Emilio. Y por descontado, un libro sirve para llenarla. Bien es cierto que en invierno los bolsillos (y el espacio para almacenar) aumentan.

Esta misma tarde, antes de salir, echaba un vistazo a una de mis libretas. Me llamó la atención una serie de apuntes disléxicos fechados un tres de marzo. Supongo que dicen mucho de lo que fueron aquellos días. Sinceramente, no recuerdo haberlo escrito como no recuerdo casi nada de lo que ocurrión entre la segunda quincena de febrero y la primera de marzo. Luego los publico en mi choza virtual.

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