29.9.08

La realidad 3.0


La realidad consiste en pequeñas partículas en aparente caos que, al mancomunarse, forman manzanas, destornilladores, párrocos de pueblo o libros de Federico Jiménez Losantos, pero debajo de la realidad, justo donde las partículas se pierden en su vértigo, hay un inframundo delirante en el que pasan cosas indescriptibles. Esa microrealidad abastece, sobre todo, la imaginación de los escritores de ciencia-ficción y de los físicos cuánticos, pero está a la orden del día que el ciudadano normal, el que hace cola en la charcutería y se enoja cuando a su equipo le meten cuatro el domingo, termine por entusiasmarse por esta vida subreal que engolosina su prosaica actividad sensible y la convierte en épica.
La realidad, a pesar de esta indagación subcátanea, no ha sido nunca golosina que aplaca la sed de conquista del ser humano así que siempre hubo ese afán por navegar las estrellas tan fascinante y, al tiempo, tan absurdo. Los chinos, no vamos más lejos, están estos días de festividad y alborozo por haberse dado un garbeo cósmico. Lo que pasa es que fatigan las galaxias y hurgan en su oscura materia secretísima y desatienden asuntos más domésticos como la leche infantil o la censura informativa. Quien haya leído China ha leído bien, pero puede el amable lector colocar en ese paréntesis el nombre del país que le apetezca. No sé yo si los ciudadanos finlandeses se maravillarían si su gobierno tirara al espacio, pero me da que están más preocupados por otros asuntos y no permitirían que sus gobernantes perdieran la cordura de una manera tan flagrante, y eso admitiendo que la renta per cápita de ese rincón nórdico no es escasa y da para esas excentricidades.
Al ciudadano chino encantado con las proezas astronaúticas de sus compatriotas, abrumado por la dimensión histórica del asunto, ni se les pasa por la cabeza pensar en la precariedad que padecen en otros órdenes de la vida. La microrealidad o la suprarealidad niega la realidad, la ningunea, la incapacita para ser referente de ningún estudio sociólógico: para eso está la carrera espacial o la carrera atómica. De atomo, se entiende. Viene todo esto a decirnos que a un ciudadano de un país en apuros (cuál no lo es hoy) le ofrecen un episodio de Star Trek y me lo tienen contento un año. Si se amotina, si exhibe su deslealtad con las consignas del régimen, le cierran el blog o le callan el pico bajo la amenaza de algún tormento medieval todavía vigente.
En España estamos lejos de crear un Ministerio Galáctico. Nos preocupan asuntos más terrenos y el espacio exterior importa escasamente cuando el interior todavía no está compartimentado como debe. No cabe en cabeza que el gobierno (éste, otro) invierta en lo que, por tradición histórica, por idiosincrasia, no nos incumbe en demasía. Pero igual estoy equivocado y el poderío de un país se mide en estos términos. Mis conocimientos no pasan de la pasada rápida por los titulares de la prensa y la escucha (más o menos pausada) de algunas tertulias radiofónicas. Y ahí todavía no he percibido yo signos de que la realidad española baje o suba, se obceque en buscar el universo más alto o se empecine en escudriñar el universo más bajo. Soy un ignorante. Ojalá quienes gobiernan mi ignorancia no lo sean.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay qué bueno, nos gobiernan gente descerebrada como nosotros, Emilio. Tú eres inocente en tu idea de que ellos valen más que nosotros. Esto es un desastre, y va a más. Soy pesimista, pero así estoy.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Descebradas elegidos por descererados. Fantástico. El mundo ideal. Soy inocente, Laura, pues sí, qué remedio. En esa inocencia subsisto.

Isabel Huete dijo...

Los cuentos se inventaron para hacernos creer en mundos distintos, para desatar nuestra imaginación y, de alguna manera, dominar nuestra mente conduciéndonos por caminos insospechados. Ahora pasa lo mismo, solo que esos caminos nos arrastran hasta el precipicio y los que nos conducen son eso: unos descerebrados, nuestros descerebrados.
Un besazo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Un amigo mío sostiene que el político es un empleado a nuestra costa, una especie de obrero al que pagamos cada mes. No va descaminado. Pierde o gana cada cuatro años el empleo, pero no es todo tan fácil ni tan simplista. Hay políticos nobles, tozudos, honestos, gente que trabaja para ganarse su sueldo (eso está) y para hacer que nosotros, pobres, confiados, ganemos el nuestro. Es así de sencillo. Por debajo habrá lo que tenga que haber: leyes para el aborto, matrimonio de homosexuales, subvenciones para minorías, asistencia social... Todo es perfecto, y a todo eso me uno yo, pero lo principal, lo que mueve el motor de la vida diaria, a ras de calle, es que todos tengamos un oficio, que lo desempeñemos con alegría, más o menos, y que a fin de mes nos den la soldada para alimentar a los nuestros y darnos alguna fiesta que otra. Todo es, en mi opinión, así de fácil. Y en cambio, lo sabes, nunca lo es. Besos.

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