Funny games, preferentemente en su versión nativa, daba una clase magistral sobre el miedo y sobre la perturbada inercia de una sociedad insensible que deja a sus retoños juguetear con el mal y, ante nuestra mirada atónica, convertirlo en una distracción burguesa. A su modo Los extraños hurga también en esa perversión del inefable Estado del Bienestar en el que creemos vivir. Todo tal vez provenga de la zozobra que legó el 11-S. El miedo, la sensación de que nuestra casa está siendo invadida y de que nada podemos hacer para frenarlo, hizo su agosto en el cine, en la literatura: insufló al mercado del terror un aire nuevo, doméstico, desprovisto de argumentos que lo justifiquen. El terror moderno, en manos de creadores jóvenes como Bryan Bertino, director y guionista de Los extraños, exhibe claves modernas, lecturas que obvian la herencia clásica. Lo que antes exigía al espectador una atención sobre la trama, sobre el discurso lógico de lo que veía, ahora reclama un cierto abandono, una especie de perplejidad positiva, que excusa darle cara, nombre o argumento al mal. De hecho, en Los extraños, Bertino renuncia a esa nomenclatura de lugares comúnes y se abraza, sin pudor, a la sobria exposición de los hechos, sin que tengamos nunca certidumbres sobre la causa que los provoca. Estamos en el mismo nivel de asombro que la pareja protagonista, que ve cómo su hogar se ve invadido por una fuerza caótica, absurda, iluminada por la barbarie. La sensación final, la que al menos ha quedado en este cronista de sus vicios, es de extrañeza. Igual somos los espectadores los extraños y todavía no tengamos preparación suficiente para paladear estos artefactos de terror del siglo XXI, bien facturados (la película es buena, no lo duden en ningún momento) pero carentes de ese apego a lo real, a lo desmontable en categorías lógicas que, a mí en particular, me sigue pareciendo el sustento primario del cine entendido como prodigioso contador de historias.
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3 comentarios:
Es un rollo macabeo, que diría un buen amigo mìo. La vi en el cine y sali con tres palmos de narices notando que en mi bolsillo faltaban siete euros y en mi memoria hora y media que podría haber disfrutando en cosas de más menester. Un engaño es lo que es. La peor peli del año, Emilio. Buenísimo blog.
Es un pequeño desastre, Francisco. La vi con ganas, de verdad, pero luego me bajé del entusiasmo cuando adiviné que el final iba a ser el que al final desgraciadamente fue. Tendrá sus espectadores entusiastas. Sé que los hay. Yo, nosotros, no. Saludos.
Nada de pequeño desastre. Eres indulgente, compañero. Es un desastre catedralicio. Me parece un timo en toda regla. Con ese final que no se cree nadie. Me huele a mí que el cine, como se encariñe con estos asuntos, va a perder taquilla. Ellos verán. Se le saluda
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