Uno de cada cuatro niños en España roza el umbral de la pobreza. Dos de cada cinco es obeso. Uno de cada tres jamás ha leído un libro. Tres de cada cuatro conocen varias plataformas de videojuegos. Todos ven infames horas de televisión. La estadística da escasa tregua a la alegría. Estamos convirtiendo el futuro en un pedregal de fracasados. A la televisión le incumbe parte del mal, pero no conviene representar el mal en su figura totémica. Ese mal no se ataja mutilando el miembro infectado. En todo caso sería la escuela la que formaría un espíritu crítico lo suficientemente sólido y maduro como para entender los mensajes que transmite y extraer de sus contenidos los que en verdad estimulan la creatividad y el manejo racional de toda esa oferta. Por leer un libro o por no ser fácilmente engañado y manipulado por los medios de masas no va a decrecer el número de niños en el intolerable umbral de la pobreza. Ni tal vez exhiban una figura apolínea y derrochen salud en cada gesto. Tampoco hay que criminalizar la realidad ya imparable de los videojuegos. El 20% de la población española es pobre. Entonces, ¿tiene sentido que exista la ps3? ¿Que nos extasiemos viendo a Nadal en Roland Garros? ¿Que discutamos sobre la pertinencia de alienar a Raúl en la selección?¿Es razonable que el gobierno ahombre esfuerzos por sacar una ley del aborto o una sobre la memoria histórica? Aceptando que cualquier de esas dos realidades merecen un máximo de atención, tal vez haya que atajar (antes) problemas de más enjundia social. El hambre. La liviana línea que separa la miseria del bienestar en un país que principiaba (hace pocos años) fulgores y destellos en logros jurídicos, económicos, políticos y ciudadanos y ahora (como tantos otros, no nos engañemos) naufraga en el proceloso oleaje de la incertidumbre. Del caos, dirían algunos. La estadística sentencia. Lo de los niños orillando eso de la pobreza se entiende que sucede en países del Tercer Mundo. Igual éste nuestro, proclamado primero, conserva en su subsuelo extensas capas de tercermundismo. Niños que pasan hambre cerca de tu casa. Televisiones que intoxican al espectador con la previsible ración de miseria ajena que tape, en lo que pueda, la nuestra. Siempre ha sido así. No hemos progresado mucho. Duelen los mismos órganos, pero ahora la prensa se sincera más de lo convenido y suelta estadísticas con la asepsia habitual. Todo muy bien diseñado. Pobres a la carta. Lea usted, señor. Esperamos, en el fondo, que no le hayamos estropeado el desayuno. De usted depende que nuestra empresa no entre en números rojos. Otra estadística. Que vuelva Azcona. Nadie como él para contar estas cosas.
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4 comentarios:
Llevas toda la razón, pero no siempre se le puede echar la culpa al Gobierno porque luchar por erradicar la pobreza, elaborar políticas concretas y directas, compete a otras Administraciones, aunque eso no es motivo para conformarse, y menos respecto a los seres más desprotegidos, como son los niños y los ancianos. Lo llevo diciendo hace mucho tiempo: vivimos de espaldas a la realidad menos atractiva, más sangrante, y quizá la que menos queramos divisar es la que está a nuestra puerta. Al contrario, se intenta ocultarla bajo la alfombra para poder seguir gastando en estatuas horteras o subvencionando a televisiones públicas localistas que sólo emiten cochambre. La crisis económica puede agravar la situación pero también parece aumentar la indiferencia.
Besotes.
Pero hay titulares que son necrológicas disfrazadas de actualidad. Espantan. Disuaden al ciudadano sensible y razonable de toda posibilidad de temple. Luego salen escritos así, Isabel. Los escribe la ira, el miedo a que no cambie esto.
Lo sé, te entiendo perfectamente. Yo es que me reconozco visceralmente positiva, y sin dejar de observar la realidad y criticar sus miserias y la de los que pudiendo hacer algo no lo hacen o hacen lo mínimo, siempre tengo la esperanza de que las cosas cambien, de que la sociedad salga de su letargo, o de su anestesia. No soy ninguna ingenua, pero si no pensara así me moriría de tristeza, o de un ataque de ira.
Un beso grande.
Quizá sea mejor ir por la vida con los ojos grandes y limpios. Ufanos y alegres. Positivos. A eso vamos.
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