14.9.08

De gira


El Papa Santo de Roma ha pedido en París que el mundo huya de los ídolos. También que el dinero es la raíz del mal y que lo materialista separa al hombre de Dios. De camino lanzó el deseo de que la juventud siga la senda de Cristo entrando en los seminarios y propagando la palabra del Señor. Los feligreses arracimados para recibir estos mensajes se encargarán de multiplicar ese discurso. Quienes no lo comparten, desoirán la súplica y ahombrarán esfuerzos para que otro mensaje cale también en la población. Y así avanza este juego de influencias ha abierto, en ocasiones, brechas visibles en la sociedad, fracturas que activan guerras. Al modo en que se organizan las campañas políticas, el Vaticano adopta la forma inquisitiva, tozuda e intransigente de un partido política que se descubre en la oposición y alerta al ciudadano de los peligros de quienes los derrotaron en las urnas.
El Papa no es Rajoy, pero a veces exhibe su misma obcecada letanía. Cuando a Rajoy le preguntan sobre el aborto, arranca con la declamación de la lección aprendida en los despachos de Génova y dice que Zapatero juega al despiste y a la maniobra zafia de hablar de abortos cuando la gente no puede pagar su hipoteca. El registro de despistes acude también a las fosas comunes de la Guerra Civil o a la eutanasia. A lo mejor es que no hay otra manera de haber las cosas en política y es esa manifestación sencilla de argumentos inapelables la que verdaderamente conviene para que el votante (o el feligrés o el que ya no es feligrés pero lo fue o el que nunca lo ha sido pero es posible que lo sea o el que ni lo fue ni lo será bajo ninguna circunstancia) recapacite, analice con el sesgo distanciado de la razón final de las cosas y admita a trámite emocional la posibilidad de que el Papa Santo de Roma haya dicho verdades como templos. De ahí a ingresar en el ejército de Cristo hay ya tan sólo un trecho accesible, un camino de recorrido fácil a cuyo término se abrirán las puertas de la fe, que son cálidas (a juicio de los que se siente guarecidos tras ellas) y liberan al ser humano del siglo XXI de las pandemias de esta modernidad vacua y de asideros fragilísimos. La política y la religión, por mucho que Ratzinger desee que caminen separadas, están fabricadas con la misma masilla moral. Lo mismo que se compra el periódico que va a confirmar lo que ya sabíamos de modo que tras la lectura salgamos reforzados en nuestra apreciación intelectual de nosotros mismos, el votante ingresa su papeleta azuzado por parecidos mecanismos mentales. Por eso la Iglesia recomienda a sus fieles que no cometan el error de entregar su cuota de responsabilidad civil a quienes, en su programa, en su vida diaria, desprecian el ideario catecúmeno. Por eso los partidos de laicismo militante, sin caer en la virulencia discursiva de sus adversarios, también recomiendan que no se caiga en la hipocresía moral de entregar la confianza al contrario político.
A la postre, nunca llega la sangre a ningún río y hasta el inquilino del Eliseo de la laica Francia, el estirado, ambiguo y mediático Sarkozy, ha dispensado al Papa un trato exquisito y le ha abierto de par en par, como no podía ser de otra manera al ser una figura de relevancia entre millones de personas, las puertas de su casa, que es (no lo olvidemos) un país de fuertes raíces aconfesionales y que lleva medio siglo de laicismo operativo en las calles, en los bares y, sobre todo, en la escuela, que es el santuario cívico en donde se forja al futuro votante, perdón, quise decir feligrés.
El dinero es el mal, pero antes servía para borrar el pecado.
Y además, en estos tiempos de relativismo y de fragmentación de la unidad familiar y de los preceptos espirituales que antaño iluminaban la Historia, la Iglesia mira ahora más a los ministros de finanzas de los países en los que se asientan, para que participen del sufragio económico, que al Espíritu Santo. Y se siente más dolorosamente atacada cuando se abre en la sociedad el diálogo sobre la conveniencia de que la Escuela Pública abandone de una vez todo vínculo con las filiaciones religiosas de los padres de sus alumnos, aunque luego los jefes de la curia romana visiten España y el Presidente de turno le abra las puertas que haga falta y lo agasaje con honores de Estado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos actores. Cada uno en lo suyo. Irene

Isabel Huete dijo...

Estamos en un mundo plagado de servidumbres, de paso y de permanencia. La Iglesia es un poder fáctico al que no hay que dejar de mirar de reojo, pero de ahí a besarle el culo, con perdón, hay un trecho. Todo es una triste parodia vestida de faralaes.
Besos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Irene,
Por lo que fingen, por lo que sus cargos les obliga son actores. Todos los polìticos, todos los lìderes son actores. Pero ni siquiera son buenos.

Isabel,
La Sacrosanta Iglesia es una empresa, y tiene su clientela. Ya está. Todo lo demás es meternos en sus simbologías, en su activa (siempre) forma de reclamar parcelas de realidad. Las van perdiendo. Se enfadan y consiguen que los gobiernos progresistas no les desoigan del todo. Los otros los tienen en su listado de feligreses.

Pensar la fe