El mismo día en que Zapatero predicaba en la ONU las bondades del Estado del Bienestar tocaba en mi pueblo, en Lucena, Pecos Beck & Tito Poyatos Band.
Una de las cosas más fascinantes del mundo es que, a la misma vez, puedan suceder cosas tan enteramente distintas. Que una tromba de agua devaste una ciudad y abandone miseria y destrucción a su paso y que un sol de justicia, como decía Marcial Lafuente Estefanía, dore la piel de una pareja de novios en las Seychelles, así que yo me apoltroné en mi butaca con la certeza de que algo bueno iba a pasar en el escenario que tenía a escasas seis filas.
Antes de que Luis Poyatos se dedicara a sacarle a su órgano Nord voces que tenía escondidas, antes de que Pecos Beck hiciese filigranas imposibles, arpegios fonéticos de crooner negro y scat al más puro estilo Gillespie, la comunidad educativa lucentina, reclutada a golpe de misiva para celebrar el comienzo del curso escolar, reconocía la labor de una decena larga de maestros y de maestras recién jubilados. Cuando el discurso académico concluyó, el Concejal de Educación, Manuel Lara Cantizani, cómplice en todo momento con la sentimentalidad del acto, anunció la entrada en escena de una banda de jazz. O de blues. O de funky latino. O de soul cosmopolita. Da lo mismo. El pianista, una vez que desafectaron la tarima de mesas, sillas y atriles, anunció el programa: un standard del jazz (el sublime Night and Day de Cole Porter) y otro del soul de los mejores tiempos de la Atlantic (Georgia on my mind de Ray Charles) abrieron un repertorio impecable. La voz majestuosa y teatral de Pecos Beck, un francés con humor y un genuino showman a la antigua usanza, bajó después al cancionero de The Beatles, tal vez al menos conocido al oyente no iniciado (Maxwell's silver hammer, I want you, Octopus's garden) pero igualmente efectivo . Sólo faltó el tema más jazzístico de los de Liverpool: When I'm sixty-four. Los antiguos y los modernos, que también hay alumnos en el teatro, distinguidos alumnos que habían sido convocados para recibir honores y sentir el calor de los suyos, disfrutaron o creo yo que disfrutaron, que luego siempre hay quien desaconseja que un acto tan solemne se rebaje al jazz, ese ritmo de negros, para cerrarlo con empaque. Sobre gustos, afortunadamente, no hay libros de ayuda ni hay patrones fiables.
El mérito de la banda consiste en el magistral registro de géneros y en la destreza estrictamente musical de quienes patean Andalucía (hoy tocan en Adra, Almería) haciendo propaganda de la belleza y de la alegría de vivir. Pecos Beck es capítulo aparte. No habiendo nacido en Chicago ni siendo compañero de farra de David Clayton-Thomas, la voz de Blood, Sweat and Tears, recorre las texturas del soul-rock setentero con admirable oficio y ataca el repertorio de Lennon y McCartney con desparpajo, modificando a capricho, con solvencia, ejecutadas en riguroso feeling negro, canciones que en modo alguno fueron pensadas para salirse del patrón del rock emergente en los sesenta, que nació prácticamente de la nada, aunque la nada fue Johnny Cash, fue Elvis Presley, fue el blues del delta y fueron también los flecos que el jazz, ese refugio de todas las músicas, exhibe para socializar su mensaje de armonía entre culturas, pero la banda no se arriesga al encasillamiento y exulta ritmos caribeños (no en balde su trompeta es cubano y el bajista panameño) y hasta (sin guitarra, ojo) arrebatar al personal con un Day Tripper, alargado con elegencia, o un cierre de programa con Sgt. Pepper's lonely heart club band simplemente soberbio. Una armónica imprevista que sacó Pecos de la chistera mágica bordó el acto. Con mayúscula.
Al final de la actuación, fatigamos las calles de Lucena para redondear la festividad académica con un ágape nocturno. Ahí siempre termino pensando en Woody Allen, en una de esas películas en la que las conversaciones (trascendentes, irrelevantes, frívolas, teológicas, libidinosas) van dando forma al argumento, que suele terminar abruptamente sin que en ningún momento necesitemos más información de la que el director nos ha dado. Los músicos, con los que tuve la suerte de charlar, beber y hasta echar un cigarrito, fueron lo suficientemente cercanos y familiares como para entrar animosamente en la influencia de la Caledonia Blues Band, que me hace pensar en mi amigo del alma Antonio Linares, en el panorama musical andaluz o en la conveniencia de repetir (cuanto antes, mejor) el concierto. Les conté que en Lucena tenemos la muy noble y lúdica costumbre de saber escuchar jazz a pie de calle, en las aceras, mientras bebes cerveza o te comes una cuña de tortilla o un flamenquín, que es una cosa muy cordobesa. En eso quedamos. En volvernos a ver y celebrar la amistad por la música y por las personas.
3 comentarios:
Lo cuentas tan bien y con tanta pasión que casi me parecía estar escuchando la música y el posterior bullicio de las cervecitas y las conversaciones.
Gracias por acercarnos esas experiencias, sin duda gratificantes.
Un besote.
El jazz, el blues, las reuniones en un pub alrededor de unas cervezas, la conversación amena, el trato humano, Isabel...
Ok. Te sigo. Buena página. Falta algo más de jazz como reza el título, pero el cine y las historias mentales cuelan pero bien. Ok. Ok.
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