17.11.24

Cien mil locos

 No hay sólo miedo, ni sensación de que prospere el miedo: lo que hay es hastío, constatación de que los bárbaros, a su pedestre manera, alcanzan cotas de poder, ocupan despachos y toman decisiones. Se les ve en televisión sin que parezca que sean en verdad bárbaros, se pavonean delante de las cámaras, exhiben su grandeza, la que les sobrevino cuando entendieron que debían actuar sin que se delatase la barbarie, haciendo como que escuchan o escuchando poco o a medias, aunque después nada de lo escuchado durase y todo fuese expuesto al sacrificio, pero no estamos a su merced, no vencerán los bárbaros, no hay ranuras, no hay fisuras, no hay resquicios por los que franqueen nuestra integridad o nuestra moral o como quiera que se llame lo que hace que no seamos como ellos.

Uno no sabe bien en qué bando está. En ocasiones, cree en lo que postula alguno y, en otras, no le satisface y se escora a otro. No es normal que sigamos pensando lo mismo, no entra que el modo de entender el mundo sea el mismo. Ni siquiera ese mundo que anhelamos entender es el mismo mundo, ni los mismos son quienes lo administran ni quienes son administrados, los que escriben las leyes y los que las acatan. No se sabe dónde estamos, pero se tiene una certeza rotunda sobre dónde no queremos estar.

Se sabe que no queremos a los bárbaros, no les necesitamos, el mundo es un lugar hermoso cuando no están, incluso lo es cuando aparecen. Esa percepción íntima, la de saber qué es lo que no nos gusta, planea inalterablemente. A falta de saber lo que queremos, bien está (al menos) saber lo que no. Esa certidumbre es la que hace que salgan algunos de estos textos de vocación combativa, pero estériles en el fondo, a poco que se los lee en detalle y se extrae lo que aportan. No aporto nada, no aparto nada. Se conforma uno con contarse el mundo y decir: he aquí a los bárbaros, he aquí a los que no lo somos. Algo así. Es posible que únicamente sirva para conciliar con más propiedad el sueño y dormir sin que nos atormente nada. Tampoco eso lo tengo claro.

A los bárbaros se les debe poner muy difícil dormir con esa sobria armonía. Se deben despertar en muchas ocasiones, deben tener sueños pesados, qué podemos saber, deben tener la sensación de que sólo son bárbaros cuando abren los ojos y empieza la vigilia. Puede suceder que sus sueños sean la parte bondadosa de su existencia y no se les desboquen como a los demás nos ocurre. Soñarán con cosas hermosas de las que luego no guardarán recuerdo alguno. Uno, que no se tiene por bárbaro, sueña en ocasiones episodios bárbaros. Si nos coge Freud, nos echa a llorar, seguro. Los sueños tienen esa facultad: la de dejarnos actuar sin normas, la de hacer y deshacer sin que nos guíen o temamos que nos reprendan o que nos sancionen.

No hay miedo, no, lo que hay es tristeza. Acude al ver a tanto bárbaro por ahí suelto, al comprobar la comparecencia de los acólitos jaleando sus proclamas. Son un ejército. Tienen sus mandos en plaza, enarbolan sus lábaros, no se arredran al vocinglar sus dicterios. Se les ve en televisión, se lee en prensa que hacen esto o hacen lo otro. Tenemos bárbaros en las calles, en nuestra comunidad de vecinos, en las asociaciones de padres de alumnos. Son gente cazurra y de modales inexistentes, gente que te empuja y te quita el aparcamiento, por mucho que lo hayas señalizado y te pertenezca, aunque sólo sea moralmente. Es la moralidad la que no se advierte que prospere, no la hay, o la hay a trompicones, a bocados. Algunos, amigos de encontrar palabras para todo, llaman a este desquiciamiento imperante relativismo moral. Ese constructo moderno consiste en darle a todo un sentido, en razonar hasta aquello a lo que no debe concedérsele posibilidad alguna de que algo suyo cuaje y se le permite explayarse, en dar idéntico peso a todas las opiniones, no dejando que ninguna (por predicamento y arraigo que posea) prevalezca y cuente la desquiciada más que la motivada por el sentido común o por la mera lógica de las cosas. Así, vemos bárbaros en puestos de responsabilidad, desoyendo las admoniciones de los sabios, conculcando los principios más elementales de la convivencia y del proceder civilizado. En ese mirar abierto de las cosas, el bárbaro podría dejar de serlo, o quien no lo haya sido ni tenga asomo de que se acercara a serlo podría de pronto mutar en bárbaro estándar, amateur, todavía algo sensible y reflexivo, uno prometedor y paciente. La verdad es que no está muy descaminado eso del relativismo. Al menos tenemos un nombre para entender esta deriva. Los ríos traen aguas revueltas. Estamos en manos de cuatro locos. Cien mil andan detrás. Un millón. El mundo entero se está volviendo loco.


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