16.11.24

Nuevo regreso de Heráclito

 No haber visto una película húngara en un cine de verano. No haber leído a Mann en un balneario. No haber escuchado la quinta de Mahler en un festival vienés. No haber aprendido lenguas germánicas medievales. No haber sido Jimi Hendrix en Woodstock. No haber despachado mate con Borges en un zaguán porteño. No haber tenido la voluntad de haber aprendido a tocar el piano. No haber bebido bourbon con Bukowski en un tugurio. No haber escrito un haiku en Japón. No haber escuchado las variaciones Goldberg tocadas por Michel Petrucciani. No haber cortejado a Wendy el 27 de diciembre de 1904 en un teatro de Londres. No haber conversado con Cortázar sobre cronocopios y famas. No haber dormido en el hotel Chelsea. No haber sido instruido en las bondades del campo. No haber tenido ninguna educación para el dolor. No haber estado en el delta del Mississippi, en un antro en donde toquen blues sucio. No haber sido licántropo, no haber sido fantasma, no haber sido el hombre del saco. No haber registrado los sueños que en ocasiones recobran su trama en mi cabeza. No haber conversado con mi amigo Antonio sobre la bondad del género humano después de ingerir una cantidad escandalosa de cerveza. No haber contado a nadie que amé a Kim Novak. No haber visitado el Louvre, no haberme perdido un día entero en el Louvre. No haber confesado a nadie que por la noche, cuando voy conciliando el sueño, elijo cuál fue el mejor momento del día. No haber caído en la cuenta de que quizá convenga dejar de escribir, no haber sentido de verdad la necesidad de dejar de hacerlo, no haberme convencido de que ya está todo dicho y que sólo me esmero en disimular el bucle en el que ando. No haber tenido un foxterrier y haberlo sacado a pasear por la Gran Vía. No haber participado en un certamen floral con un poema sobre el pubis angelical de las ninfas de mis sueños. No haber ejercido alguna profesión bohemia y fumado Gitanes con La Maga. No haber escrito un calambur en el Pont Neuf. No haber tenido unos armónicos puros, de terciopelo, y cantar la hondura del alma. No haber sido aquel en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach. 


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