29.5.08

Honeydripper Blues Bar: Salvado por la electricidad


Contra pronóstico, a medida que el tiempo pasa y me voy haciendo viejo, como decía Pablo Milanés en una hermosa canción suya, la paciencia me va abandonando. Si de joven nunca hice un puzzle, ahora (más talludito) menos estoy dispuesto a hacerlo. Desestimo la distancia entre el objeto idílico (la torre Eiffel, jardínes colgantes, campos de girasoles o la Mona Lisa) y las muchas y menudas partes con la que el tozudo obrero debe recomponerlo. Me aturde la certeza de que el final del trayecto es mucho menos reconfortante que sus diferentes tramos. Ese exceso de información dispersa (las piezas derramadas en la mesa) libra siempre una batalla perdida: no me interesan las partes; tampoco el todo: prefiero la libertad del error y la posiblidad, aunque remota, de que alguna novedad fantástica surja de improviso y deshaga los planes anticipados. Todo esto que acabo de contar es cierto, cómo no, pero cuando la excepción confirma la puñetera regla surge la pequeña obra de arte, la anomalía perfecta. Bueno, ahora podemos empezar a escribir sobre la película que vi anoche.
Honeydripper, la última obra de un artesano americano llamado John Sayles, es un puzzle narrativo de primer orden, uno con el poso clásico justo, bien hilvanado, a pesar de que los variados sketches (las piezas en la mesa) revelen un propósito discontinuo, constatando la inercia que la propia música con la que se surte genera. Tiene todo lo que a este cronista de sus muchos vicios le incomoda para disfrutar en el cine: mucha dispersión dramática, mucha ambición psicológica, demasiado hueco libresco, podríamos decir, pero he aquí que ese batiburrillo de imprudencias afectivas congenian a la maravilla y Sayles, zorro viejo, da con el toque exacto (algo así como las puertas de Lubitsch, pero en colorines y con rancio blues sureño de fondo) para que el espectador disfrute. Yo, al menos, lo hice, aunque no pude olvidar la figura de Robert Altman sobrevolando muchas escenas y consentí que Sayles traza un tributo honesto al maestro sin que eso rebaje un ápice su (fascinante) independencia creativa.
Sayles puebla el metraje de su cinta con personajes arquetípicos, modelados en un torno más lírico que lógico. De hecho Honeydripper traza un paisaje humano, una poética del genio creativo, a riesgo de que la disgregación aborte la frescura de la trama y no prevalezca la máxima absoluta del buen cine: el guión, el bendito, maravilloso, necesario y luminoso guión. En esa ausencia, Honeydripper es una experiencia gratificante, golosa, que apabulla por su colorista musicalidad (el blues rural de los primeros cincuenta en una pequeña ciudad llamada Harmony) y por su voluntarismo didáctico. Sayles, a falta de una cohesión expositiva, regala entusiasmo pedagógico y convierte su película en un pretexto para filmar un periodo de la Historia de su país con los ojos de un documentalista, no por la mirada de un novelista. El proceloso desfile de personajes y el excéntrico, en ocasiones, inventario de deseos que los mueven revelan, al cabo, el nacimiento de una nueva forma de pensar o, en todo caso, la eclosión de una nueva manera de entender la vida, enquistada en el agitado atrezzo del Honeydripper Lounge, el bar que regenta un formidable Danny Glover.
Todo lo que Roger Corman le enseñó a Sayles en los años difíciles está aquí sabiamente condensado: hacer una película dignísima sin que la noble plata dicte las normas o , dicho de otro modo, cómo una guitarra eléctrica (la del bluesman llegado al pueblo como el pistolero de los westerns) puede guiar (ella sola) un película.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por darme la posibilidad de ponerme delante de un espejo de sueños y reconocerme en tus palabras. Me fascinan las piezas derramadas. Hace muchos años vi una película de Sayles, Hombres Armados. Como soy un desastre memorístico, me he dado cuenta de que apenas recuerdo nada de ella (a modo descriptivo), eso sí, vinculo su recuerdo a dos sensaciones: caos y obsesión. Al leerte hoy -lo que hago en silencio con frecuencia- me han entrado muchas ganas de ver esta película. Un abrazo

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias a ti, Penélope, por entrar en el Espejo. Estoy seguro que igual hasta nos vemos y charlamos más despaciosamente de estas cosas con algún amigo común. Ésta es tu casa.

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