Empieza a hartar que sesudos científicos con probetas, matraces y luces de colores nos cuenten que los Reyes Magos son los genes. Ahora resulta que han dado con la causa por las que nos gustan los dulces. El hallazgo proviene de una Universidad de Toronto, pero se podían haber estado quietos. Ahora le ha tocado el turno a los dulces, pero mañana atacan la fe cristiana o el fetichismo por los pechos grandes o las trovas de Pablo Milanés. Seguro que hay un gen por ahí dentro que justifica mi amor por Jorge Luis Borges. No les quepa duda. No se trata de que un mecanismo de ajuste químico alumbre la proeza de que alguien se sienta fascinado por la cara de Audrey Hepburn o por la prosa de Milan Kundera o por los riffs de Eric Clapton; en el fondo, lo que la ciencia está derribando es el vasto edificio de las mitologías y de los encantamientos. Los números están matando a la estrellas de las letras. Los códigos binarios y las ecuaciones de segundo grado terminaron por hacer trizas la metáfora, el sueño de los mares polares, la dura evidencia de que, al crecer, nos vamos acuertelando en nuestros vicios. Yo tengo algunos, y me jodería un bastante que la Universidad de Wichita Falls o la de San Petersburgo descubriera que soy un adicto al jazz porque tengo un gen que así lo dictamina.
Admitiendo que hay genes que controlan la entrada de glucosa, ¿por qué no consentir la idea de que hay otros que censuran la zarzuela, fomentan las costumbres filantrópicas o estimulan el hábito de la lectura de textos sagrados? ¿por qué no, aceptada la injerencia química, cargar sobre los genes toda la barbarie del mundo y decir que Pol Pot fue un genocida porque estaba escrito en su ADN? El asunto, en el fondo, tiene su migaja de peligrosidad, su punto de caticlismo moral. Yo, por lo pronto, he regresado al jazz, que me fascina desde que escuché a Barney Kessel (creo) o a Louis Armstrong (por supuesto) y oyendo una pieza de Coltrane (My favourite things, tan larga, tan hermosa, tan sublime) he concluído que la educación artística (literaria, musical, cinéfila, pictórica) es un aditamento erudito, una especie de carrera de fondo a cuyo término (ganemos o no, entremos el último o no entremos) está el objeto deseado, porque estaba escrito que estaría esperándonos. Como el dulce al goloso, como la síncopa al jazzero, como los versos de Gustavo Adolfo Bécquer a las niñas pijas que se enamoran en un patio andaluz.
1 comentario:
Hola:
Me gusta tu blog. Creo que te gustaría mi libro 1964 después de Cristo y antes de perder el autobús. El libro cuenta una historia de superación salpicada de toques costumbristas y buen humor; mi vida. Soy el séptimo hijo de una familia marcada por los trastornos psíquicos y la violencia.
Explico mis comienzos de mi vida, en el barrio madrileño de Argüelles, cuando el franquismo todavía aprieta, y continuó con el relato de mi adolescencia entre bandas callejeras tan significantes como los mods, los punks o los rockers. El alcohol y las drogas rompen en mi vida, como sucedió con los que vivimos la movida madrileña de aquellos años.
He querido que el libro 1964 después de Cristo y antes de perder el autobús sea sobre todo una narración divertida y amena, llena de humor e ironía, alejada de toda autocompasión.
1964 después de Cristo y antes de perder el autobús nos devuelve al Madrid de los setenta, al Madrid de los barrios donde todo el mundo se conocía, a las gamberradas del colegio y las batallitas de la mili. Pero también retrata los excesos de la movida, los cambios sociales, el nacimiento de las primeras tribus urbanas españolas, y los difíciles años 90 que siguieron a los excesos del rock y la droga. Un regreso nostálgico a la historia más reciente de este país.
En www.artime.es (Novedades) podrás leer un avance del libro.
SALUDO DE MIGUEL BOSÉ
http://es.youtube.com/watch?v=UeLWd4qTu3E
Mi BLOG
http://elmundodecharliemiralles.blogspot.com/
Un abrazo
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