No hay discusión posible: los grandes cineastas (Ridley Scott lo fue) tienen derecho a merodear la mediocridad e incluso a enfangarse como cochinos en ella. Lo que hicieron, todo lo fabuloso que nos regalaron, les excusa de dar ruedas de prensa donde aportar coartadas morales, los fundamentos de su conversión al más estruendoso estrellato, estrellato desalojado de talento pero embadurnado de glamour.
Dudo mucho que los adeptos al Scott de Blade Runner tengan que perdonarle esta salida de tono y tengo la certeza de que el público ajeno a esa joya absoluta del séptimo arte vaya a encontrar en El buen año un bocado exquisito, una muestra de cine comercial hecho con primor y con sobrado oficio. Si acaso Scott no estuviese tras la cámara no estaría tan enfadado. Los argumentos de El buen año son tan ínfimos, se desajustan tantísimo del cine concebido como un instrumento de placer y de conocimiento de la vida, que no puedo estar de otra manera. Su lirismo matematizado, su visión cuadriculada de la Francia que retrata (muchachas lindísimas que recorren en bicicleta carreteras rodeadas de jubilosos viñedos, pueblos sacados de una postal de hotel de cinco estrellas, chateaus calcadas de las exhibidas en todas las agencias de viajes del mundo) me producen sonrojo, hastío en tramos de la película. Su esteticismo impecable no es lo suficientemente convincente y la impresión es la de estar perdiendo soberanamente el tiempo y pedir que el rubor desaparezca más tarde en la calle, cuando un buen bar nos abastezca de la paz espiritual que requiere la ingesta de un asunto tan almibarado, tan simple, aunque el fondo no lo sea tanto y se advierta en su director las intenciones que todos le exigimos, esto es, retorcer un poco las cosas, no darlo todo tan mascadito y permitir (aunque sea por los gloriosos viejos tiempos) que podamos sentirnos felices en la butaca de un cine.
El cinéfilo cultivado disfrutará de la excelente fotografía, y ya está. El cinéfilo en ciernes se sentirá íntimamente dañado por esa luz deluxe, por el cliché vendido sin pudor. El casual espectador de una sala de cine (va al cine como podría entrar en un show de caballos jerezanos o a un partido de volleyplaya) disfrutará muchísimo. Yo mismo me descubrí hipnotizado por algunas imágenes (en la piscina) y dolido en lo más íntimo en otras (el bochornoso partido de tenis). Nada nos redime a nosotros del sopor ni de la meliflua concatenación de episodios de lirismo dudoso que acaban, era de suponer, en la redención del banquero prepotente y déspota y su transformación (no tan creíble como la altura del presupuesto exigía) en un campechano, jovial y vitaminado de sol terrateniente de su viñedo, con esposa rutilante (a la que conoció de pequeño, claro, cuando leía libros de adultos y su tío - un formidable Albert Finney - le mostraba los caminos de la mala leche con una copa de vino en la mano) y su bodega infinita.
Conste en este acta espontánea del fracaso de un genio que hace tiempo que Ridley Scott no me mueve al entusiasmo. Ni Russell Crowe (tras El dilema o L.A. Confidential o Master and Commander) me dice nada como actor. Aquí es un banquero estúpido, criado en las más estrictas reglas de la competencia, que ningunea a sus empleados y rumia la idea de mandarlo todo al gran carajo cuando una herencia en la campiña francesa le pone al frente de un viñedo. Costumbrista hasta el vómito, Un buen año no aporta nada al género. A ningún género. Se transforma, según avanza, en un previsible ejercicio de ombliguismo cinematográfico que le hace a uno preguntarse si la siguiente apuesta del ex-genio será un biopic sobre Britney Spears o una comedia sobre una niñata comida de pecas y hormonas que se siente súbitamente mística e ingresa en una orden carmelita. La de gángsters tampoco llenó a este cronista de sus vicios en exceso. Claro que comparada a ésta, era una obra de arte.
1 comentario:
Una perdida de tiempo, Emilio. No tiene ni pies ni cabeza. Es una postal, como bien dices, pero una postal malìsima. No merece nada. Y lo peor es que está firmado por Ridley Scott. Me duele eso más que nada. Estoy de acuerdo con que el talento se pierde si no se cuida. Este hombre lo abandonó hace tiempo. Gladiator, a pesar de todo, es también un rollo monumental. ¿ Lo crees así ? Saludos de Códoba.
Publicar un comentario