Con los discos de Van Morrison viene a suceder algo parecido a lo que sucede con las películas de Woody Allen: que se enjuician con manga más ancha y se evita el rigor excesivo, todo análisis severo que rebaje la fascinación por el artista. El problema de ambos es que son unos estajanovistas, obreros concienzudos que trabajan a destajo, sin dosificar jamás el talento. Contra pronóstico, ese exceso no lastra su ingenio y jamás entregan un producto manifiestamente malo. It's too late to stop now (Es demasiado tarde para parar ahora), decía el León de Belfast en 1.974. Treinta años y cuatro años más tarde, la frase continúa siendo válida. Aquí hay otro capítulo. No es el peor. Tampoco es una obra maestra, pero se escucha con pasión hasta que acaba. Y de camino, a puro beneficio de inventario, escribe nuevos clásicos, temas trascendentes, de ésos que ocupan conversaciones y uno tararea distraídamente mientras pasea (como hoy he hecho) las calles (Keep it simple, Song of home)
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