22.3.08

¿Morir dignamente?

Cristo murió sin cuidados paliativos: lo ha dicho el arzobispo de Pamplona, pero lo ha dicho sin pudor. Ni siquiera se ha ruborizado por la afrenta a la cultura. A la suya. A la ajena. Caso de que a Cristo le hubiesen aliviado el dolor, el daño físico, tal vez el arzobispo de Pamplona no sería arzobispo de Pamplona sino gerente de una empresa de neumáticos o periodista bursátil en un diario de provincias: cualquier cosa menos arzobispo. En la hipótesis de que María Magdalena le hubiese dado a Jesús algo diferente a la esponja con agua y vinagre (un paliativo menor) no tendríamos Iglesia. Ni Conferencia Episcopal. Ni tan siquiera tendríamos Semana Santa, saetas, señoras engalanadas con mantillas de muchos euros y sencillos feligreses que caminan tras el paso con humildad y convicción de que su acto va a ser considerado en el cielo y le van a abrir con más rito y ceremonia las puertas del secreto paraíso. Nada de eso estaría pasando si a Cristo algún voluntarioso samaritano (vuelvo a la terminología bíblica, muy convincente para lo aquí expuesto) le hubiese administrado el cuidado paliativo que el arzobispo de Pamplona pregona. La Iglesia, la Sacrosanta Iglesia Romana, se edifica alrededor del sacrificio de su Hijo Predilecto. Toda la vasta moral cristiana bascula alrededor del concepto de dolor y de sacrificio, de pecado y de redención. La fe cristiana es ajena al confort . Quien es feliz y vive ufano no precisa del chantaje ético del pecado y transita la vida sin las cadenas interesadas que tiende la doctrina católica.
La oposición de la Iglesia a la eutanasia es un acto coherente bajo su ideario. Es una aberración fuera de él. "Jesucristo miró a la muerte cara a cara, con confianza, la aceptó con amor y la vivió descansando en los brazos del Padre Celestial". "¿Alguien puede decir que la de Jesús no fue una muerte digna?", ha dicho Fernando Sebastián Aguilar, el personaje de la noticia. La culpa de este arrebato de fe y de turbación mística la tiene Chantal Sébire, la maestra francesa que apareció muerta tras solicitar la eutanasia y comprobar que la administración francesa se la negaba. Y eso que Francia es laica. En sus escuelas. En las calles. Si la maestra hubiese nacido en Cuenca, el caso no habría diferido. En esto de tomar decisiones heróicas, contrarias a la moral milenaria de la Iglesia, pocos países se aventuran a tener un criterio lógico. Fuera de la lógica está el criterio acartonado de quienes consideran que la vida es un don que otorga Dios y que únicamente Él está facultado para censurarla o para alumbrarla. El problema de fondo reside en la falta de perspectiva de una institución que camina en paralelo a la vida, pero no dentro de ella.
No hay dignidad en morir con dolor. No tienen dignidad los presos que en Alabama o en Wyoming son electrocutados. Tampoco la hay en las calles de Bagdad cuando un desgraciado se desangra y la sociedad del Bienestar, la del amor infinito, le priva de una asistencia noble y efectiva.
Ninguna muerte es digna: tampoco la que se se arrebuja alrededor de la salvación eterna y de la burguesa Derecha del Padre, pero no son éstos tiempos de fricción ni de fractura entre quienes sostienen una visión de la felicidad y los que consagran su vida a privilegiar otra. Al fin y al cabo, cuentan las emociones de cada uno. La vida de la maestra francesa, felizmente aliviada ahora de dolor y - inevitablemente - de vida, no acabó cuando una mano ¿libertina, pecaminosa? le administró el veneno final sino antes, cuando el azar le obsequió con el mal en estado puro, con el cáncer cabrón que la atropelló sin consideración ni excusas. En esto de la enfermedad, todos tenemos (desgraciadamente) opiniones íntimas, gente cercana que se fue por obra y milagro de algún bicho artero con ansia depredadora y una falta de respeto absoluta al sentido común y a la más alta consideración de la bondad humana. Nada de eso hay en todo esto: subsiste la triste y previsible evidencia de que el alma humana está chantajeada y que hay un imperio mediático (no es otra cosa) de por medio, alrededor, dentro, en todas partes.

3 comentarios:

E dijo...

Interesante, aguda, reflexión. De las más intensas que has escrito últimamente. Un saludo.

M.I. dijo...

Yo soy católica. Bautizada como católica y católica porque, de todas las vertientes del cristianismo, es ésta la que más está acorde con mi pensamiento. De todas maneras, es una realidad que la Iglesia de Roma camina en paralelo (según tus palabras) a la vida, pero no dentro de ella. Muchas veces me pregunto cómo se ha podido distorsionar tanto el mensaje de Jesús de Nazaret y por qué, cuando éste era claro y directo. Sería porque no interesaba, y no sólo a los judíos.

Anónimo dijo...

Esa manía de atacar de un tiempo a esta parte a la Iglesia CAtólica. Qué manía, por Dios, qué empeño más absurdo.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.