11.3.08

Politonos democráticos




Hay indicios de que la fractura social de los vencedores y los vencidos no es tal y que una vía alfombrada de micrófonos y de flashes perla la nueva legislatura. Casi no se va nadie (Llamazares ha dicho esta boca sí es mía) y casi nadie entona el cántico de la derrota, aunque los nacionalismos y los extremos del arco político hayan regalado sus votos (desmérito propio, mérito ajeno) y los que han ganado tampoco estén para embriagarse de victoria. La derecha se ha erigido en ganadora moral, dicen. Pero yo en esto de la política y de las matemáticas de las urnas deduzco que gana el que rompe el lazo carmesí de la meta y en esto, no tenga duda al respecto, el que va a salir en todos los titulares y va a presidir las paradas militares y la recepción de eminencias foráneas es Zapatero, por más que la caterva voluntariosa del PP vocingle que el pueblo se ha llenado las manos de voto sensato, de voto de derecha, que han subido muchísimo más que los enemigos democráticos y que es tan sólo el voto cautivo y el voto marginal el que ha dado ventaja (cuatro años de ventaja no ciertamente un parco beneficio) a las huestes socialistas. Poco después de que Zapatero aplaque las dudas a sus correligionarios (demasiado progreso, demasiada cosa social, demasiado concesiones a los desfavorecidos) gana otra lid pública un actor metido a cantante (esto es siempre relativo y discutible hasta la naúsea) que Buenafuente se sacó de la manga ancha de su equipo de mercadotecnia y que responde al guignolesco nombre de Rodolfo Chikilicuatre.
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Dicen los exégetas de estos eventos mediáticos que el tal Chikilicuatre es el modelo arquetípico de la sociedad zapaterista: donde importa más el efecto que el poso, donde cantar no es fundamental sino dar unas maneras en un escenario y sorprender al respetable con un ejercicio de ridículo perfectamente ejecutado. Porque Chikilicuatre no es un espontáneo ni está ahí para ganar ningún festival. A la manera en el que el Neng se granjeó la mirada (al menos) del pueblo llano, este muchacho de formas freakies y fondo de catálogo más freaky (o cañí) todavía es un superviviente de la sociedad de consumo, uno de esos eventuales héroes de la banda ancha que da patadas de kárate al aire para ver si una levanta el beneplácito del boquiabierto gallinero, que está fascinado con su ritmo absurdo y su perreo hipnótico.
Que sea un bufón o un artista legítimo no es asunto que deba suscitar debates. Lo que aquí tenemos es una bomba de relojería instalada directamente en los bajos más promiscuos de la sacrosanta institución del festival de Eurovisión, que debió haber fenecido por inoperante a mediados de los ochenta (o antes, yo qué sé) y en cambio todavía zigzaguea por el prime time de las principales cadenas del continente. Y ya mismo en alta definición. Es por esto por lo que el público siempre es sabio y siempre, como en los bares, suele llevar la razón. Si la grey bajuna quiere perreo, démosle perreo. Si quiere socialismo cuatro años más, pues nada que objetar. España es socialista y es chilikuatrista. Salvando las distancias intelectuales, el objeto de estudio es esencialmente el mismo. Se trata de la feligresía libre y consciente de su omnímodo poder de elección y de cómo ésta se envalentona contra la ortodoxia y contra las mentes bienpensantes que antes pensaban por ella (Jiménez Losantos ha dicho barbaridades esta mañana en su COPE) y lanza dardos envenenados o flores perfumadas, según miremos. Zapatero es el hombre del siglo XXI. Nadie le hace sombra. Ni siquiera Michael Jackson. Hasta con esa buena suerte que repetía como salmodia el candidato ZP es posible que el engendro saque premio. Gana siempre el politono.

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