23.3.08

Cassandra´s dream: Ambición light



Las tragedias de Shakespeare y los dilemas morales de Dostoievski suelen sostener el edificio narrativo de todo el cine noir y Woody Allen somete a sus personajes a una sesión intensa de ética post-crimen, de parlamentos al borde del abismo, pero la jugada no le sale redonda o, al menos, no tan redonda como Match Point o Delitos y faltas, las otras dos obras de consistencia criminal que dio la alternativa dramática o melodramática al Allen juguetón de estilo psiconalista y charlas infinitas alrededor de una buena copa de vino en un bar de Manhattan. Este Woody Allen europeo no ha encontrado en Cassandra's dream el equilibrio necesario para combinar los elementos que le son genuinamente cómplices: la codicia, la culpa, el tormento, los remordimientos, el fatalismo y hasta es posible que una brizna de melodrama depresivo. Todo esto se escapa del control del maestro y firma una obra irregular, bien armada, convincentemente construída, pero lastrada por un exceso de equipaje formal y un abandono manifiesto de la escritura cinematográfica. El guión, el bendito guión, la madre absoluta de todo buen cine, es penoso y cae en exceso en huecos artificios, en miradas repetidas de cosas que ya sabíamos antes. Porque el cine de Woody Allen es adictivo y no es posible empapar nuestra inteligencia (o como quiera que se llame) de su incontestable genio.
Han sido tantas las veces que nos ha procurado felicidad (en términos insobornables) que ahora hasta parece que no nos moleste que el anciano del clarinete haya caído en una mala racha (como el personaje de Colin Farrell en la propia película) y las cartas que le entregó el azar no estén en ningún momento a la altura de otras partidas. La humana historia de ambición se salda con un abandono inaceptable de los personajes a los que hemos entragado nuestra congoja y nuestra simpatía. Gente sencilla, de procederes normales, que se ven zarandeados por el fatum, el jodido fatum, y acaban (no es cosa de destripar el final, soso y enclenque, por otra parte) pagando las culpas de los crímenes. La conciencia del asesino opera en esta ocasión en la misma línea de flotación de toda la trama y es este sentido primario y ancestral de la culpa (y su expiación pura) la que dibuja el avance (excesivamente previsible) de la historia.
Las muy coloristas notas de un Londres nuevamente perfecto (Woody Allen se ha convertido en un maestro a la hora de escudriñar el alma de una ciudad y convertirla en fotogramas) tal vez no colaboran a que consideremos Cassandra's dream como una muestra de auténtico cine negro, pero lo es, y esto lo confirma hasta el (ahora sí) pletórico de luz salvaje barco que se aleja de la civilización (Patricia Highsmith en la memoria y hasta El cuchillo en el agua del otrora también maestro Roman Polanski) y fundamenta la metáfora nihilista del film, su costra fatalista, asumida por un director que posee (cada día más) libertad para escribir fobias y filias a su antojo, cosa que siempre ha hecho, pero que ahora advertimos (inevitablemente) comida por ciertas prisas. Tal vez no deba producir tanta película y dejarse llevar por tiempos más pausados, pero quién soy yo, humilde cronista de sus vicios, para marcar la agenda de uno de mis directores (y artistas) favoritos desde que me enamoré de una pantalla blanca en una sala negra.
La crisis creativa se solventa con alguna pequeña obra maestra en el bolsillo. Ésta queda a beneficio de inventario de fan: como si sus errores o, más delicadamente, sus despropopósitos carecieran por completo de importancia y atisbásemos, entre unos y otros, retazos de maestría, finas hebras de lo que antes podíamos nombrar (sin rubor) como el más inteligente alimento espiritual de cualquier cinéfilo. Y admito discrepancias, pero siempre he sido un vasallo fiel y ahora no puedo tirar toda mi obediencia por la ventana, aunque viendo ese final apresurado y la falta de consistencia dramática de algunos personajes (ese tío Howard de California que en ningún momento hace creíble su más que fundamental rol en la trama). Ya vendrán mejores tiempos. Yo estaré en la butaca, expectante, goloso y con la dosis exacta de entusiasmo.
No debo dejar pasar la metáfora fastuosa del título: la barca que los hermanos Blaine, trepas de cuidado, al cabo, largan al mar es la Casandra mitológica y no únicamente porque así decidan bautizarla sino porque representa lo que la figura griega en la Historia clásica: la adivinación que no se sabe apreciar. Casandra advirtió, sin éxito, a sus conciudadanos de la presencia del caballo hostil y, al final, Troya fue víctima de esa falta: algo ya barruntado en las primeras escenas, cuando los hermanos dirimen si el precio de la barca es excesivo y si vale la pena el esfuerzo del desembolso.



2 comentarios:

M.I. dijo...

Yo creo que Allen es un experto en fotografia Nueva York, pero que fuera de él.... al director le da igual está rodando en Londres que el callejón que hay en el barrio en el que tú vives. Ya veremos lo que hace con Barcelona, que no creo que sea distinto. Es ese "desprecio fílmico" que siente por todos aquellos lugares que están fuera de la Gran Manzana, y que tan bien se observa en la trilogía londinense.

Sobre la historia de Cassandra, yo también vi esos paralelismos entre el personaje y el desarrollo de la película; algo parecido a lo que sucedía en Poderosa Afrodita.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Woody Allen está exento de errores: tiene, en todo caso, baches, tropiezos menores. Ésta es una cinta menor, pero infinitamente superior a la morralla habitual de estanterías de videoclub y salas grandes de cine.

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