Creo en la ficción: creo con entusiasmo y ejerzo mi fe con arrobo sin perder jamás ocasión de fortalecer mis creencias con pequeñas píldoras de quimeras. Y creo más a medida que la realidad me va imponiendo sus aranceles. La ficción es el único reducto de privacidad con el que uno puede contar. Por último, y esto es tal vez lo más importante, no creo en todo lo demás. No se puede confiar en la realidad. La línea divisoria entre lo que vemos y lo que fabulamos es el lugar ideal para dejarse uno vivir sin excesivos conflictos. Mi laberinto doméstico favorito es un libro recién comprado o la luz jubilosa de un proyector de cine en una sala. Al final, contando los hallazgos y los triunfos de la emoción sobre la rutina, cuenta siempre el hecho ineluctable de que esa felicidad la recibimos en soledad. No soy ningún ingenuo. La realidad es metaficción: ficción empastada de ficción, mentiras edificadas sobre mentiras, pisadas que matan otras pisadas, voces solapadas al eco de otras voces, palimpsestos del alma, semiótica fragmentada, el desorden persistente e indefinible, fijado como código para descerrajar los usos de la costumbre. Ahí entonces se me ocurre que mi vida espiritual depende de la Marvel Comics Group y de Elias Canetti, de las columnas de Juan José Millás y del influjo de las letras de Leonard Cohen. Soy una especie de espectador perplejo. Fuera de esa incertidumbre, de esa continua fascinación por lo asombroso, carezco de iniciativas. Todo se nos da hecho. Nos manipulan: nos encorsetan, nos arrumban a un precario estado de bienestar donde cualquier alimento social o espiritual o corporal viene facturado y tasado en un mercado de abastos global. Hoy es un gran día para la democracia. No me cabe duda al respecto. Un día enorme en el que ejercer el derecho a elegir cómo va a ser el país en el que vamos a vivir al menos los próximos cuatro años se postula como un alegría que hay que comprender para apreciarla en su compleja importancia. Es un día para reflexión, pero este egoísta que escribe en una página diminuta y caótica está cada vez más concienciado del enorme tinglado ideológico que nos inoculan bajo la imponente fachada de la normalidad política y el noble deseo de que una serie de personas, en las que delegamos nuestras esperanzas y nuestras aspiraciones, se ocupen de que la electricidad no desfallezca, el pan no suba en exceso y todos podamos sentir que hay leyes que nos protegen y derechos que nos incumben. Así que esta mañana de domingo, poco antes de engalanarme de ciudadano y depositar en la urna de mi colegio electoral el sacrosanto voto, tengo la certeza de que al final tendré que refugiarme esta noche en la ficción, en el único territorio en el que me sé manejar con absoluta soltura. Llevo años practicando este oficio. Espero que los elegidos hoy tengan a bien no escatimar esfuerzos para que la realidad no entorpezca en exceso mis vicios. Al fin y al cabo no hacen daño a nadie. En todo caso, en el abuso, al que los ejecuta. Me pongo la chaqueta de los domingos, la de votar, los zapatos, la sonrisa de homilía democrática y voy a mi colegio (Antonio Machado) y saludo a los abnegados trabajadores de mesa e introduzco ritualísticamente la papeleta. Luego me tomaré una cervecita (o un buen par, qué vamos a hacerle) con mi mujer en el bar de enfrente. Eso también es un rito.
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1 comentario:
¿Te he dicho alguna vez que soy militante de un partido de izquierdas desde que tenía 17 años?
¿No?
Bueno, como venía al caso.
Por cierto....¡qué desilusión!, yo que pensaba que Mike Newell iba a permitir que tú también te enamoraras de Colombia.... y vas, y dices que "es como meter la lengua en un tarró de azúcar", jajajaja, anda que la expresión....
Yo ya no me atrevo a recomentarte "Las rameras Bolena", jajajjaa (no se me ha ocurrido a mí la expresión, es así cómo las llama la dignísima Catalina de Aragón)
Bueno, voy a leer cositas de tu blog, ahora que tengo un ratito.
¡Nos vemos!.
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