Entonces eran otros los piratas y no tenían la notoriedad de ahora. Carecían de conciencia de estar cometiendo algún tipo de delito, aunque probablemente ni entonces lo era ni lo sea en estos tiempos de banda ancha y de mulas en cuyas alforjas duerma la filmografía completa de la Universal. La cueva de Ali Babá se ha democratizado y sus tesoros no son privilegio de clases altas o de gourmets con tecnología. Puede que este saqueo cómodo e indolente esté cuarteando la epidermis de la industria del ocio y del entretenimiento o tal vez el saqueo sea la consecuencia de un nuevo modelo de transferencia cultural. Y ni siquiera tengo claro si eso de transferencia se aviene al verdadero significado de este complejo problema: sospecho que no hay adherencias en este comercio filibustero; no existe, como antaño, una comunión absoluta entre el objeto copiado (en cintas de cassette como las arriba mostradas) y el operario y usuario de este transvase. Me dejaron el otro la discografía completa de Stevie Wonder en mp3 en un DVD. Fue un acto tan sencillo que me alarmé. Pensé en mi adolescencia cuando compré con muchísimo esfuerzo A journey through the secret life of plants, la primera obra suya que descubrí. Luego incluso me atreví a desechar el vinilo (que conservo en una habitación de descartes, recortes y olvidos) y adquirir (más gozoso todavía) el CD. Recuerdo el estado de nervios al ir descubriendo pieza a pieza el disco completo. Dudo que eso suceda ahora. Menos mal que fue entonces (primeros ochenta) cuando mi inquietud se fascinó con el talento de aquellos artistas. Ahora la adherencia (la fascinación, el temblor ante el hecho artístico) hubiese sido exponencialmente menor. Lo es en muchos casos cuando la saturación de contenidos aborta - o mengua - toda posibilidad de disfrute de alguno de ellos.
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Conceptos como copia privada, propiedad intelectual o canon digital no ocupaban un minuto de esos años. Comprábamos las cintas por cajas. Sony y Basf eran mis favoritas sin que esa elección estuviese apoyado por argumento lógico alguno. Solía grabar blues y jazz de Radio 3 y hacía laboriosas portadas para las fundas de plástico. Todavía guardo algunas. Más embarrullado, el panorama actual asume su injerencia en lo social y suscita debates en todos los foros. Hasta la campaña actual se ha dejado contaminar por su influjo: un partido a favor, otro(s) en contra, artista untados, páginas encontradas...
Los abordajes son básicamente idénticos. Uno asume su cuota de infractor. Tal vez el canon digital legitima, en el fondo, el salto con el cuchillo en la boca. Lo malo es que el asalto no sea productivo y el botín no sea abierto con mimo, observado con placer y fijado en su más estricto esplendor.
Borau, el director de cine, el nuevo presidente de la SGAE, lo dice claro en una entrevista: "La piratería es una alimaña", que es una forma elegante, escorada, de criminalizar a quien se baja la última obra de Estopa y la registra en un disco vírgen(no seré yo, claro) y también a quien graba en ese mismo disco sus fotos de la excursión a los Picos de Europa con la familia o los archivos en Word de sus apuntes de Derecho Romano. Criminales todos. Total, por unos centimos, qué más da.
1 comentario:
Se sorprenderia de la cantidad de discos que se filtran desde la discografica como estudio de mercado, como publicidad del objeto-fetiche del cd.
Yo también grababa de radio 3.
El problema es el volumen, el jodido volumen enorme de información-musica-cine-etc.
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