3.3.08

El amor en los tiempos del cólera: Tedio mágico


Todo lo que en la prosa de García Márquez es deslumbramiento, en el cine hecho de esa prosa es hastío, ripio, tedio convertido en marca registrada. El procedimiento es sencillo: coja el amable lector la novela absoluta del Nobel colombiano (Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera) y piense qué forma de hacer cine le convendría. Caso de que la obra fuese de Jane Austen no hay problema: hay ejemplos para confirmar esta hipótesis. Caso de que la obra fuese de Ian McEwan, tampoco: ahí está la convincente puesta en escena de su Expiación. Ivory extrae lo mejor de Ozu en la recreación de lo victoriano. Entonces el problema no es la falta de talento en el cine reciente para convertir la literatura (la buena, la que se queda impregnada) en buen cine sino la dificultad (o la falta de necesidad, mejor) de subvertir ese material narrativo en imágenes enganchadas a 24 fotogramas por segundo.
Todo lo que en la novela de García Márquez es fascinación y magia (untadas ambas de credibilidad) en la película del inglés Mike Newell es sopor, tozuda recreación de un realismo de corte mágico, pero inverosímil, torpemente romántico, desafectado de lírica y vestido con las mejores galas del cine más impecable, pero carente de alma.
La historia de amor imposible del joven Florentino y la hermosa Fermina a lo largo del tiempo avanza a saltos, enganchando en imágenes sueltas, provocando la hilaridad o el aburrimiento cuando ni una cosa ni otra eran los sentimientos que se buscaban en ningún momento.
Intrascendente, apocada, tímidamente lúcida en el tratamiento de algunos paisajes, la cinta se abisma en la necedad cuando se acerca a los personajes. Nada certero ni profundo sabemos de ellos. Todos son arquetipos, bocetos de personajes, tan sólo. Así el desarrollo de la trama se antoja pesado hasta la nausea y este cronista estuvo muy a punto de cortar por lo sano (lo insano era la espera del goloso The end) y salir por piernas de la sala.
La salva el texto en sí: Newell sabe que lo que el cine le niega se lo puede proporcionar el libreto riquísimo, bendecido por el propio Gabo. Así tenemos la musicalidad de la prosa del maestro en momentos en que otro director hubiese convenido que lo mejor siempre es la insinuación, la representación plástica y la gracia del estilo. Tal vez sirva ese esplendor lingüístico para que el espectador reacio a la lectura acometa el empeño de sumegirse en la obra de García Márquez. Ésta u otra: es lo mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La misma historia de siempre sobre si vale el cine o vale la letra que hace las películas. Yo prefiero siempre el libro, pero estos tiempos de carreras y de no disponer de paz y de sosiego hacen que pasemos de Gabo y tiremos haciaNewell. Y ahi perdemos lógicamente. Un saludo, amigo.

nonasushi dijo...

Osea que pase de largo y pague por otra entrada.
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