24.3.25

La vida es un plano secuencia / Adolescencia

 



Hay narraciones que penden de un hilo tan fino que cualquier arrimo de aire las hace caer y desgraciarse. No sé cuál hilo malogra que “Adolescencia” sea una serie televisiva excelente. La historia, que puede verse en Netflix, se despacha en cuatro episodios de factura cinematográfica soberbia. Se queda uno prendado de que se haya encomendado su filmación al plano secuencia, tan delicado, tan huérfano a veces de la hondura de un montaje.

 Hay más consideraciones que hacen de esta miniserie (cuatro episodios de poco menos de una hora) algo recomendable. La cámara es la madre de la trama, hace que se extienda con sobrecogedora naturalidad, imbuye al espectador en un escenario de un realismo al que no estamos acostumbrados. La vida no deja de ser un enorme plano secuencia. La cámara que llevamos incorporada se parece a un corazón que late infatigablemente y no se arredra ante nada. Lo que hace Philip Barantini, del que no conocía nada y al que seguiré en adelante, es verdaderamente loable. Mira asépticamente, no se involucra, se limita a filmar, lo cual es de agradecer, aunque sentí algo que me desconcertó milos: en ese primor de serie, de verdad que es recomendable, eché en falta una autoría narrativa, lamenté que la ficción que se me entregaba careciera del pulso de la creatividad, limitada (no poco eso) al endiablado trajín del objetivo como una lapa cotilla. 

Todo sucede con pasmosa limpieza en “Adolescencia “. Y no es que la pulcritud sea una anomalía o una falta, pero yo hubiese deseado un descarrilamiento de la verdad, una especie de construcción más controvertida, en la que se subraye lo singular, la diferencia, esa contundencia que en algunos autores podría resultar grosera al volcar un material tan sensible como este, pero que puede conducirse con mayor desempeño metafórico o simbólico o simplemente, excusad mi incertidumbre semántica, en un tratamiento menos formalista, que airee no la verdad, tan cartesiana y gris, sino su periferia, la posibilidad de que lo que no se dice cuente tanto como lo explicitado.

 Podría exasperar a quien desee que la acción lo ocupe todo, no es mi caso, pero admito que hay minutos huecos, estáticos, hechos para que tengamos una más sólida convicción de que se nos está invitando a que únicamente miremos, sin la más mínima incitación a que mirar contraiga algo más. La sobriedad hace de argamasa. 

Ha habido pocas series de televisión que me hayan afectado más que esta: no solo por la terrible historia del adolescente acusado del asesinato de otra adolescente, ni por la indagación psicológica de las causas que pueden inducir a que un chico normal (cuál lo es, quién de nosotros es normal) se convierta en un monstruo, sino también por la orfandad de todos los intervinientes en la trama. La familia normal (no rota ni inductora de un desquicio) es la de cualquiera. La serie hace recaer la culpa en la sociedad, y probablemente parte de esa culpa provenga de ella, pero qué hará que otros adolescentes no permitan que el veneno del mal los embrutezca y los arroje a la perdición absoluta, más allá de la absurda retirada de la vida que arrebatan. 

Contiene, no obstante, interpretaciones colosales: hay un depósito de contención que impide que algo tan frágil se descarríe. Incluso los tramos en los que se exige una sobredotación de rabia (la del padre, tan perdido) se explicitan con una mesura que se agradece, si se me permite el oxímoron. Con todo, es serie de ver, de hacer que su ración de espanto haga que reflexionemos sobre el mundo que estamos creando, sobre la juventud (también precipitada a algún abismo que no conocemos) y sobre los arquetipos de la masculinidad y de las relaciones sociales que ser trenzan y destrenzan en las fantasmagóricas redes sociales. 



23.3.25

Stravinski en la perspectiva Nevski / En el ochenta cumpleaños de Franco Battiato



Una vez (consta que en verano de 2012) me dijo Paco García Gascó que Franco Battiato era un dios italiano.
“Yo prefiero la ensalada / a Beethoven y Sinatra. / A Vivaldi, uvas pasas, que me dan más calorías”
F.B.
Fueron los cíngaros del desierto. Eran de perderse en la curvatura del aire. Bailaban con candelabros encima. La luz tenía la fragilidad de la luz. Los ángulos de la tranquilidad no siempre están al alcance. Ni en las nieblas del norte, ni en los tumultos civilizados. Los años no han enseñado nada. Ni la paz en el crepúsculo, ni la hospitalidad de los extraños. Tal vez sea al final del camino. Ahí ha llegado el gran Franco Battiato. LEstá en las almohadas de la tierra. En la dimensión insondable. Las canciones egocéntricas. La experiencia sensualísima de ver bailar flamenco. Los continentes perdidos. El animal que todos llevamos dentro. La espera al cónsul italiano en la casa antigua y noble. Hay quien se pone unas gafas de sol para tener más carisma y sintomático misterio. A veces un temporal no nos dejaba salir. La estación de los amores viene y va. En las calles era mayo y caminábamos juntos. Free jazz. Punkie inglés. Balineses en días de fiesta. Oigo la monserga africana. Over and over again. En la baja Padana, en verbenas de verano, la gente anciana danza viejos valses vieneses. Ahí estará Lorca. Ahí Cohen. Somos pasajeros anómalos en un viaje místico. Nos mira un monje birmano: tiene los ojos atravesados por una luz que no se va nunca. Pensar en cómo se ha malgastado el tiempo. Seguimos siempre en ruta en diagonal por la vía láctea. Un día por la perspectiva Nevski me encontré por azar a Igor Stravinski. Mi maestro me enseñó qué difícil es descubrir el alma dentro de las sombras. Se buscan por instinto las pistas de cometas como vanguardias de un nuevo sistema solar. . Había nieve en Berlín Este. Un viento a treinta grados bajo cero barría las desiertas avenidas y los campanarios. Los orinales bajo el lecho. Qué difícil es descubrir el alma dentro de las sombras.
Battiato hablaba con los dioses griegos. Leía escritura cuneiforme. Soñaba imperios babilónicos. Amaba con ese afán de los primeros navegantes del Egeo, que es donde nació el primer aliento del hombre. Llevaba gafas de sol para tener más carisma y sintomático misterio. Componía versos sobre la pornografía grecorromana. Cuerpos que danzan al ritmo de siete octavas. El día en que murió el Etna llenó el cielo de Sicilia de una ceniza carmesí. Es de poetas hacer que la tierra se conmueva cuando parten. Battiato era de otro tiempo, aunque usara el pop para entonar su cántico universal. Pop sin las ataduras del pop. Pop hecho a la medida de un bardo eléctrico y tribal, religioso y clásico. Escribo a la vez que canto. Andará el gran Battiato buscando su centro de gravedad permanente. Hubo un tiempo en que mi banda sonora fueron sus canciones. Italiano y español. Español e italiano. El mal de África. La hermosura de perderse en un milagro. Qué más puedo recordar. Me vienen (atropelladas) las letras. Temo perderlas. Si las pierdo será cuando haya muerto definitivamente.

Branquias, cigarrillos, Kafka

 Escucha uno que hay gente que no sabe si ir guardando la ropa del invierno o una pareja de cada especie para que no se pierda el reino animal. A lo que teme mi asombro es a que se distinga en mi costado unas buenas branquias y comparezca algo del anfibio que siempre llevamos dentro. Vinimos del agua y acabaremos volviendo a ella. Con resignación, con perplejidad, mira uno el cielo lento y exacto y se pregunta si el sol se ha retirado definitivamente, si no saldremos nunca de esta dinámica borrascosa que haría feliz a las hermanas Brontë y tiene a la Virgen de la Cueva de trending topic en los memes del móvil. Un poco harto y otro poco agradecido, se queda uno en casa, mira por la ventana y busca hoy domingo con qué ocupar la mañana tenebrosa. Ni dan ganas de salir al patio a echar un cigarrillo. Quizá esta elocuencia pluviométrica consiga que deje de fumar y sustituya los pitillos por pipas tostadas a la sal o caramelitos mentolados. El caso es tener algo que hacer. En estos días me acuerdo mucho de Kafka. Su Samsa no era tan descabellado. Yo creo que la evolución de las especies comienza con estos milagros de la climatología. No tengo recuerdos del verano, del sol a plomo en las calles del sur, del sudor como un elemento narrativo del alma. Cuando el termómetro se desquicie (llegará, yo pongo una semana para que la tierra arda como un adolescente promiscuo) echaré en falta las branquias en el costado. Mientras escribo, me las toco. Son pequeñas todavía, pero tienen la consistencia de un hueso dislocado. 

Urdir un perro

 Un perro es siempre menos que un perro. Nadie ha visto jamás un perro. Por más que se tenga una idea cabal de lo que es un perro, no se puede determinar su condición, la sustancia misma de cuanto crea su comparecencia como perro. Su oficio no difiere del que detenta un árbol o una nube. Ni siquiera el hombre en su fuero de hombre posee una cualidad que lo adscriba a lo más acendradamente humano.

*

Como cuarzo tutelado en las miserias de la piedra, como la palabra hecha ámbar, el perro ignora que es perro; el árbol o la nube, árbol o nube. Un artero mecanismo sin instrucciones urde la realidad. Es en la ficción en donde perro, árbol, nube o hombre manifiestan con más entero desempeño su vocación de luz o de sombra.

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Nada puede ser dicho sin que intervenga el azar. En el engaño, tal vez también en su ajena periferia, es en donde fulge lo real. Quisiera uno saber qué cosa es, si algo de verdad permanece o si se va desprendiendo el ser de sí mismo y adquiriendo otra consistencia, que no tiene un porqué ni anhela respuestas para aposentarse con más rotunda eficacia en la residencia del tiempo.

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Todo es una fantasmagoría, una especie de volcado sutil de cuanto no se sabe y, sin embargo, nos define, da de nosotros un trazo tangible, una suerte de dibujo reconocible. Somos la sombra de una sombra. No se puede confiar en que nada sea verdaderamente nuestro. El hecho de admitir un rasgo perdurable manifiesta ignorancia.

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Ignoro quién fui ayer. Tengo de mí la sospecha de que no acabaré de ser algo cerrado y fiable.

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Albergo la esperanza de que cualquier cosa que sobre mí se diga pueda rebatirse. No soy nada más que un lento orfebre de mi incertidumbre.

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Me prefiero incrédulo, me agrado voluble.

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Si mañana leo este texto no lo reconoceré mío. Quizá sea esa la razón por la que lo escribo. Por ir dando pequeñas consistencias fácilmente refutables. Por tener la posibilidad de desdecirme. Por ser incesantemente otro. Es que cuesta no ser nadie más, no poder o no saber desprenderse de cuanto ha vencido el escrutinio del tiempo. De ahí que escriba. Por fotografiarme. Por evitar el agotamiento de ser únicamente yo. Por convidar al asombro a la gris perseverancia de la rutina.

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Ilustración: Dorothy Higgins

Quién podré ser, me preguntaré. No seré el niño que se lamentaba de que siempre lloviese en sábado, ni el adolescente que se prendó de una tienda de Córdoba en la que encontró discos de jazz a buen precio, ni el poeta novicio que escanció unos versos en una servilleta de un bar mientras esperaba a que llegase quien había sacudido su corazón novicio, ni el alborozado maestro al enseñar con pudor y con infinito amor el arte de la escritura, ni algún yo que sobreviniera y del que ahora no posea una huella, aunque cualquiera de ellos supiera de mí y azarosamente me representara.

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Así uno: arborescente, centrífugo. Afantasmado. Porque no es que estemos hechos de la materia de los sueños, sino que la misma vigilia es la evanescente presencia de ese limbo.

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Al alma la adorna la ficción de que de verdad existe.

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Los días son el pecio de un barco al que el mar engulló, pero no hay mar ni barco. Ni perro. Está a medio hacer el perro. Está la ocupación del hambre en su estómago, está el roto esparto de la sed. El miedo también. La continua sensación de desvalimiento. Como una inminencia interminable de algo que nunca termina por manifestarse. Como un agujero que se abre y se cierra, que respira y habla, pero no sabemos el motivo de su respiración costosa, ni de las palabras que oscuramente pronuncia. Así el cielo, el mar, la tierra. Para ser perro hay que haber sido antes nube o árbol o fuego. Hay en la mismidad del perro un resto de flor o de piedra. En los ojos hondos de un perro está el primer bosquejo de luz al perturbar la sombra.

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El cielo es una la elocuencia del primer pájaro. Miramos el temblor de las alas en el barro. No hay nada que podamos decir ni que se confíe y entendamos. Solo clausura, intemperie. Urdimos al perro. Cortejamos su carne primeriza, su sustancia conmovida.

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El amor es un pájaro que ha encontrado el sentido absoluto del vuelo, una palabra tramada en el corazón del aire. El perro que me miró esta mañana no era un perro. Quién podría decir lo que es un perro. Tampoco yo podría ser alguien. Quién podría decir quién soy.

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En plena noche, en esa oscuridad sin registro, el viento no alardea de aire. Las palabras con las que contamos para nombrar la realidad son torpes. El que escribe no puede arrogarse la facultad de su manejo. Oh, tú que lees, cómo podrías entenderme.

21.3.25

En el Dia Internacional de la Poesía


 La vida nunca acaba bien, pero hay algunas que avanzan ajenas a la certeza de su cese. Las maneja la poesía que no recoge ningún poema. La ocupa el poeta que jamás ha cincelado un verso.

5 industriosas hormigas

 


Camarada Fernando Oliva, un día acabaremos viéndonos en la cubierta blanco y negro del Potémkin. Un acceso de sentimentalismo nos arruinará todas las conversaciones preparadas. Las mías en un cuadernito rojo, las tuyas en uno arcoiris. Tiraremos los cuadernitos al mar de Barents. Brindaremos con vodka del bueno una vez, varias veces. Escribiremos una novela de cinco minutos cuando estemos bien ebrios, la leeremos en ruso, camarada Fernando Oliva, la leeremos con polifónico arrojo declamatorio y todos los niños de Odessa sabrán de los primores del maximalismo.

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Bellísima  pastora, esto te digo: en un día limpio surgió de improviso la palabra, no se tiene registro de cuál fue, no hay constancia, podría ser azul por la bóveda del cielo o la anchurosa línea del mar, pero también sangre o blanco o dolor. Las palabras concurren con antojadiza alharaca y no tienen pudor ni memoria. 

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Mi voz es pasto del musgo.

*

El aire tiene su arquitectura, su gesto de huérfano. 

*

El lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca no es un asunto poético, no me pidas que le escriba un soneto. He pensado, no obstante,  en tu pezón izquierdo, en el derecho, en los dos mirándome, bizqueando, he pensado en qué podría ocupar el estro poético, si en el pezón estrábico o en el lunar sin mella.

19.3.25

Lester

 



Dime qué haces, qué miras, no tienes que estar ahí, déjame solo, no ves que estoy mal, da igual que haya salido al escenario y haya ejecutado todas esas piezas y el público haya aplaudido, pero no estoy bien, no hay manera de estar bien, ya no se puede, he llegado a un punto en que el único bienestar empieza con la primera calada de un cigarrillo y el primer sorbo de un whisky, todo lo demás carece de importancia, uno viene a tocar, le pagan y vuelve a perderse en la niebla, donde nadie te mira y puedes pasar desapercibido, se está bien sin que nadie sepa dónde estás, pero hay que pagar las facturas, hay que hacer sonar la música, así que abres los ojos, sales de la niebla y te dejas ver, te contratan, una semana en el mismo local, eso es fantástico, no tienes que ir cambiando de hotel, te pones tu chaqueta menos arrugada y pides que haya tabaco y alcohol, lo otro se pilla más a escondidas, no hace falta airearlo, no conviene, te colocan la etiqueta de colgado y los bolos bajan, no puedes estar sin tocar, el jazz es un negocio ruinoso, lo de los discos no da para mucho, sobrevives, tienes para cambiar de traje, pero el saxofón es el mismo de siempre, no es que le hayas tomado cariño, es que son muy caros, dile a alguien que haya cerveza, bourbon, que tenga las botellas a mano, me da lo mismo la marca, que abran la ventana, apesta a humo, vuelvo en treinta minutos, debo aplacar la sed de la sangre, voy a tocar, si no toco, tendré que seguir bebiendo.

18.3.25

Preliminar de una poética

 


Los días fingen ser versos. La vida, literatura. Hay una ebriedad invisible. La voz, trémula, percute el aire alucinado. Las palabras festejan la luz mordida, el eco frívolo, el tiempo tan breve. Se duelen, resaca adentro, rotas. La luz estalla en un adjetivo. Qué almíbar en la sangre. Arde lo que importa. El fuego es también puro embeleso en su festín previsto de ceniza. Es este decir fragilísimo, esta fe y este amor contenidos en la espera, como cinceló el poeta. Es de oro la sangre y el aire y el tiempo. La caligrafía es siempre el cuerpo, su pulso herrumbrado, la piel extraviada. Es al cuerpo al que le debemos rendir las mayores atenciones. El alma está sobrevalorada. La luz en su altura sin propósito codicia un extravío lentísimo de caballos en un sueño. La luz malogra el veneno de las sombras. El aire se embriaga de aire. La muerte es polen seco, hoja que desobedece al terco árbol y a la glauca tierra. Pero no es a morir a lo que los ríos acuden a la mar. Aún respira la esperanza. Yo lo que ansío es paz pura, una arborescencia que heroicamente ostente el credo de todo lo desbocado, una casa en la que respire tu alma. Al pecho nos lo acribillan las horas, el meticuloso y delincuente oficio del tiempo, con su fiebre, con su lenta vocación de loco orfebreLa memoria acaba siempre por aturdirnos. Arquero embriagado de dianas es el poema. Qué galope se oye: silbo de poeta acuñando prodigios, alambicando amor. Ya mismo el frío me azuzará sus perros. Ya los oigo masticar el hueso sucio de los muertos. Tienta el azar duras comisiones de sangre. Descienden al centro de la palabra. Ahí la semilla, el fugaz numen de las cosas. Ahí la nombradía de lo extraño, ese flujo sin brújula, esa verdad que se desdice y aspira a ser azul o ala en el festejo del vuelo o barro cuando la lluvia enhebra un paisaje y lentamente lo ignora. Da el amor óxido y nomenclatura, susurro y liturgia. Ascua pequeña, combada música que perdura sobre el signo del poema, que es el cuerpo mismo del tiempo, su espuma de un mar que existe en la desinencia del corazón, en el jadeo del verbo. 




17.3.25

Un benjaminbutton

 


Uno no nacería menguado y frágil en tamaño y en conciencia, ni iría después creciendo en juegos y en llantos, en dioses y en fábulas, probando, errando, cayendo, subiendo. Prescindiríamos del acné adolescente, de los amores platónicos y de las amistades eternas. Tampoco estarían la fatiga de los años escolares, las primeras erecciones rudas e incómodas o la rebeldía contra los padres, que es una forma de rebelarse contra uno mismo. Sobraría el pavor mitológico ante la sospecha de que Dios no existe. Y no tendríamos que encarar con resignación la rutina de la edad adulta, la impertinencia de la vejez. Menos traumático o patético, sería nacer ya maduro, canoso, calvo o gordo, e ir más tarde, paulatina y generosamente ganando en aplomo, en tamaño, en conciencia, entre lecturas por el parque y paseos por la playa, bebiendo café en las terrazas con amigos, rejuveneciendo año a año. Buscar entonces esposa, procurarse unos hijos, un trabajo que nos plazca, dejar que el tiempo nos merme y, al final, aplacada la meseta del tiempo y a su vera la juventud, repasada la infancia, morirnos en un jardín de infancia, en una cuna o en un flato artero. O mejor todavía: milagrosamente morir en el vientre materno, enamorados, enfermos, hospedados como reyes, como dioses. Los habría afortunados: los que  tengan la fortuna de desvanecerse en la misma coyunda de los dos que, al buscarse y encontrarse, en la coyunda feliz, lo incorporaron al trasegar de las horas.

16.3.25

"Mala fe" en la Alberti

 Pero qué bien me lo pasé la tarde del viernes en Madrid. Qué de amigos abracé y me abrazaron. Qué buena conducción la de César y Eloy, qué en volandas me llevaron, qué cómplices en todo. La de cosas que dije sobre mi novela, lo que escuché de ella. Qué charla, qué familiar todo. Qué bonita la Alberti, cuánta gente hubo. Era la primera ocasión que la criatura se exponía al escrutinio popular y doy fe de que todo fue favorable, elogioso. A mayor encomio, más abrumado y agradecido estaba yo. Pensé en los que no pudisteis estar, en los abrazos perdidos, en la suerte que tengo por haber hecho que los que por allí anduvieron decidiesen compartir su tiempo con el mío y que todos festejáramos el amor a la literatura. Tras decir gracias las veces necesarias, todas con colmo, creo que hasta cortas se quedaron, no reparé en elogios hacia la portada de Fernando y el cuidado en la edición de Mahalta, mi nueva casa. Luego vinieron palabras sobre los motivos que hacen nacer una novela, los deseos insatisfechos, Borges, el pecado, el don de la ficción, la literatura y la belleza, los mimbres de la escritura…pero las palabras que hoy domingo me trae la memoria son las de la amistad. Esas escucho, ellas son probablemente las que todavía permanecen. Allí Paco, César, Eloy, Alfredo, David, Alfonso, Pedro, Gloria, Eugenio, Manuel, Alberto, Rafa, Almudena y Emma, olvidaré citar a muchos. Allí mi familia: Sara, Emilio y Toñi. Los veía de lejos y sonreía por la fortuna de tenerlos. Allí la sensación de que a veces todo sucede como uno querría. 















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La vida es un plano secuencia / Adolescencia

  Hay narraciones que penden de un hilo tan fino que cualquier arrimo de aire las hace caer y desgraciarse. No sé cuál hilo malogra que “Ado...