He aquí la oveja que al abandonar el aprisco se vio de pronto en el descuido de la noche, sola y desvalida, temerosa de que el lobo rondara, pero el lobo se hace cargo de la res y se conmueve como nunca antes y hace reparos al hambre y se queda mirándola como si fuese la primera oveja que viese y una ternura novicia lo reconcome por dentro. Ah, lobo, le dice los otros lobos, qué haces, por qué no tienes manchada la boca en sangre, qué hizo la oveja para ablandar ese corazón de piedra. Lobo calla, otorga, está contemplando a la oveja que ha abandonado el aprisco y se ha visto de pronto en el descuido de la noche, sola, desvalida, temerosa de que él rondara, pero él ha comprendido algo que no estaba antes a su alcance de lobo. Quizá la oveja también entendió algo que no estaba a su alcance de oveja cuando abandonó el aprisco y probó la intemperie, el ruido del miedo, la velocidad de las lágrimas. Ni las demás ovejas se percatan del extravío. Alguna caerá en la cuenta, dónde está la que falta, éramos la disciplina y la mansedumbre, se ha abierto una brecha, algo terrible está a punto de suceder. También los otros lobos se percatan del extravío. Alguno caerá en la cuenta, qué le ha pasado al lobo, éramos disciplina, éramos jauría, algo terrible, etcétera. Quizá el lobo piadoso entendió algo que no estaba a su alcance de lobo cuando el hambre lo arrojó a la intemperie y quiso hacer sonar el miedo, su música fúnebre, la velocidad de las lágrimas. La escena se queda fija. No pasa el tiempo. La oveja contemplando al lobo, el lobo sin perder ojo en la oveja. Todavía sucede. Las ovejas antiguas, las doctas, rumian el desenlace que no termina por llegar. Los lobos, los antiguos, los doctos, codician que ese de lo suyos que ha interpuesto un armisticio entre en razones, piense en la obediencia, en el hambre, en la mecánica de la dentellada en el cuello, en el correr de la sangre, en el sabor de la carne, en ese apaciguarse el alma y saber que todo está bien en el mundo. Las ovejas vaticinan el horror. La aniquilación. Alguna se ha envalentonado. Ha dado un paso al frente. Otra. Ha abandonado el aprisco. Ha entrado en el descuido de la noche. Ha mirado a la oveja precursora. Estoy aquí, no estás sola, somos dos, somos todas. Ahora hay dos ovejas, ahora hay dos lobos. Dos que serán tres o serán cinco. Cien. El redil está vacío. El dulce verdor del pasto hace que las ovejas hinquen la testuz. Ha podido la fragancia de la hierba glauca. Luego el lobo se extasía en el delirio de la carne. Es el hambre la que deshace la quietud, el milagro imposible de la reconciliación.
10.2.25
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Recitativo del hambre
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