6.2.25

La naranja mecánica, 1971

 



 En el Dorova Milk Bar. Pete, George y Dim, los drugos. Luego acude Alex. Mueve el cuerpo como Fred Astaire, pero no sabe quién es Fred Astaire. Beben leche plus con venloceta o velocet o vencelot o con drencomina. A partir de ahí el vértigo. Las calles. La oscuridad absoluta. Beethoven. Tres gallinas ahogadas en algún río soviético. El ondulante y sincopado discurso de las moléculas díscolas que nunca se las han visto tan felices y danzan y danzan por el vasto latifundio de la sangre. La ciudad sucia con el cielo encapotado. Los drugos buscan mendigos. Tienen sus palos. Los palos rítmicos. El llamado Pete babea al pensar en la longitud griega del palo (pero él no sabe qué es Grecia) al desmelenarse en la cocorota de algún advenedizo (esa palabra no la escucharía ni en un siglo de tropelías por los barrios grises o por los rojos) o en la suya si Alex se entusiasma más de la cuenta y babea al contemplar su cráneo de migas de pan y de excrementos de golondrina. Los muchachos tienen sus varas, los muchachos buscan farra. El aire se encoge, el aire se asusta. Alex sabe que va a terminar traicionado por sus drugos. No se ejerce el poder todo el tiempo. Al rey se le corta la cabeza en algún momento de la trama. Las cárceles están llenas de reyes decapitados. Una cabeza de rey es aleccionadora. Abran los ojos, miren lo que hemos hecho, hasta dónde estamos dispuestos a llegar.. Era un estúpido el rey, nos ha tenido engañados. Ludovico: van a reventar a Alex, acabo de saberlo. Va a flipar en neutrones. El método Ludovico, ya saben: reprimir la ultraviolencia con una terapia de aversión a la propia violencia. Como si cayese uno en un barrica enorme de cerveza y nadara en cerveza y no se le fuese el olor a cerveza, de modo que nunca volviese a pedir una y ni quisiese oírla mentar, saber que alguien bebe una. Alex va por los bosques. Recuerdo a Alex vagando por los bosques. El bosque es un caja de zapatos en la cabeza de Alex. Han echado hojas y pequeñas ramas, le han abierto unos agujeritos en la tapa, que es un cielo como nunca ningún cielo ha sido. Está aturdido. No es Alex. Ni un drugo es. Otra cosa será, ahí en la caja de zapatos que ya no es un bosque ni una caja de zapatos, pero no un bebedor compulsivo de leche plus. El bosque es una línea en un cuento que le contaron. Había una vez y comieron perdices. Una pena que cantaras Singin' in the rain, hermanito. Te han cazado. Te van a hacer que odies a Beethoven. Te saldrá Beethoven por las orejas. Estarás curado. Te hemos curado, pequeño hijo de la gran puta. No podrás volver a beneficiarte a ninguna muchacha. No tendrás drugos con los que ronronear de fenómenos. Serás nuestra imagen más convincente. Estás en la carrera otra vez, pero no vas a correr nunca más. Ya no maquinarás con drugos en el Dorova. Te sentaremos en un butacón desde el que veas un jardín inglés en el que unas ovejas te miren. Una de ellas sabrá quién eres. Aparecerá en tus sueños. Te comerá la parte de la cabeza en la que ordenas las palabras y dices hola, yo era uno de esos muchachos que sirven para asustar a las niñas con trenzas, a los viejos desdentados, a cualquiera que tenga cara de no haber nunca un vaso de leche con mucha leche. No sabrás ni pedir clemencia. La oveja sensible te ha volado la tapa de la caja de zapatos. El viento. La intemperie. El vacío. 

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La naranja mecánica, 1971

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