1.2.25

Dietario 25 / Cero

 Obligarse uno a escribir a diario y, sin embargo, tener tan poco que decir. Qué necesidad habrá, me dijo M., asombrado de que perseverara sin aparente cansancio. Pero a veces lo hay. 

La máquina del tiempo


 Ver a la princesa Leonor en el buque escuela Elcano plegando las velas sobre su verga en televisión es lo más parecido a volver al NODO. No eché en falta ni el blanco y negro ni la voz de Matías Prats padre. Hasta la musiquilla escuchaba mientras contemplaba las evoluciones de los guardiamarinas en su desempeño náutico. No cambian las cosas, vuelven, se regeneran, adquieren nuevos formatos. Estamos volviendo al pasado. La máquina del tiempo está en marcha. La manejan los oligarcas de la pasta y de las máquinas (Trump, Musk, Zuckerberg). Nos la sirven a los postres. Antes de descabezar un sueño reparador. Viva la siesta.

Dietario 24 / El cuarto de la plancha



Fotografía:  Han Chengli

La realidad, más que una cárcel, es un carcelero, escribe Xacobe Pato en Seré feliz mañana. De quien nos vigila y contiene hay la suficiente bibliografía, pero basta con que uno tenga la paciencia (y el atrevimiento) para medir las dimensiones de su jaula y concluir con la idea de que es del tamaño del universo. Da igual que no salgamos de casa o que deambulemos sin motivo por la vasta geografía. Quien viaja cree tener un punto de vista más amplio, sostendrá que salir de donde quiera que estemos es salir de uno mismo y probarse en el desempeño de lo incierto, de lo que no ha sido todavía pisado ni conocido. Esa experiencia no precisa poner un pie en el suelo. Uno puede ir al confín de la tierra si da con la voluntad de querer ir. Porque ir a Roma o al cuarto de la plancha (decía memorablemente Luis Alberto de Cuenca) son la misma extraordinaria cosa. El poeta, grande él, enorme, solicitaba que el camino no lo realizase solo: tenía que hacerse en compañía, con quien uno ame o quien le haga reír o con quien le escuche, vendrán a ser la misma cosa esas tres circunstancias. Que nos amen, nos alegren o nos escuchen forma parte del viaje íntimo que realizamos desde que tenemos algún tipo de conciencia sobre nosotros mismos, sobre el motivo por el que estamos aquí, sobre la autoría de este singular acontecimiento que es vivir. La niña de la foto ríe con los brazos extendidos y las manos abiertas, ríe con su camello, que se alboroza también, sin que sepamos mucho (nada sabremos) acerca de la naturaleza de su regocijo. Ver el horizonte es cruzarlo y pisar su inasible reino. Acaba siempre escapándose. No hay nada que sea enteramente nuestro. En cuanto tenemos algún tipo de propiedad sobre algo, se desvanece, vuelve adonde quiera estuviese, se desentiende de nosotros, nos ignora. Anoche reí hasta que se me saltaron las lágrimas. No importa qué hizo que tal cosa sucedería. Hay ocasiones (todas serán) en que no podemos dar razones para lo que hacemos. No harían falta. En cuanto aplicamos el sentido común sobre lo que quiera que hagamos, perdemos la incertidumbre de su ocupación. Yo quiero reír con un camello en las estepas mongolas y abrir las manos y sentir que me duele el costado y se engolosina el alma. Ese es el verdadero viaje. Somos nuestros carceleros. La realidad es siempre hermosa. 


Dietario 25 / Cero

 Obligarse uno a escribir a diario y, sin embargo, tener tan poco que decir. Qué necesidad habrá, me dijo M., asombrado de que perseverara s...