4.1.24

Diccionario socrático 2024 / D de Dioses


 Hay dioses espontáneos a los que no se le erigen templos ni se los invoca en las oraciones. Se les interpela para que provean una conducta, para que descorran el velo que nos ciega ante los primores del espíritu o para que nos incumba el asombro ante la titularidad de las bendiciones y de los milagros. El de la sabiduría es un artículo complejo que no siempre concita el unánime asenso de quienes la anhelan. Se disiente a beneficio privado y el sabio divino para unos es un mercader de engañifas para otros. Hay  intrusos en el Olimpo de los dioses y en las avenidas del hombre. Algunos, por no dar la talla, por diferir del patrón aprendido, son reconocidos con prontitud; otros, hábiles en su oficio, perduran, hasta adquieren el rango de los primigenios y terminan confundiéndose con ellos. Podría haber alguno que de verdad se crea divino y nada se le ocurra que aplace o sancione esa certidumbre. Al pobre Sócrates, en sus paseos pedagógicos, le surge la duda, que es el principio de la sabiduría. como sentenció Aristóteles y mucho después Descartes. Lo sensato es no dar nada por sentado y buscarle un roto por el que echar abajo la verdad con la que se nos ha pretendido convencer. Estamos a merced de nuestra irrenunciable capacidad de asombro. Ve al mochuelo y le pregunta qué hace. No es tu lugar, parece decirle. Ninguno lo es, le responderá. Al anochecer, cuando la oscuridad ocupe la luz, yo te veré a ti, pero tú no sabrás que te miro. Quizá ser sabio sea dar con la luz cuando la luz no comparezca. Qué divina virtud ésa. Qué largo será el paseo en el Olimpo de nuestro caminante. ¿Volverá iluminado o seguirá con la venda en los ojos? 

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