12.10.18

Las cosas más sencillas

Hay cosas que uno dice y no cree pero convencen a quien escucha. De cuanto se dice una parte no pertenece a nadie, no hay propiedad de lo dicho, ni tampoco de lo registrado. Lo que se salva, asuntos de fuste más pedestre, es tal vez lo importante, todas esas conversaciones sin propósito, la del ruido del café cuando sube o la manera en que anudas los zapatos o elegir una mantequilla u otra en el supermercado o decidir qué sinfonía de Mozart ocupará la primera hora de la mañana o contar sílabas de un haiku para un amigo o corregir exámenes de matemáticas antes del almuerzo u ordenar el escritorio del ordenador, empresas livianas, que acuden sin alharaca y se van discretamente. Todas las otras conversaciones, las cosas que hacemos y las que no, cuestan, se las aparta, un poco por pereza y otro por temor a que se adueñen de la realidad y la afeen o la enturbien, pero nada es nuestro, ni lo claro ni lo oscuro, ni la felicidad ni su anverso, que es la brújula con la que avanzamos. Se afianza el paso a ciegas, se vive con la idea continua de no saber nunca nada con certeza, todo es de los otros. Por eso importa atarse los zapatos de una firma de otra o elegir a Mozart o a Bob Dylan o ponerse una camisa - una a cuadros como de leñador hoy que me encanta - o un polo. Creo en los dos, en Mozart, en Dylan. Me consuelan, me dejan afianzar a ciegas el paso, elevar la cumbre de los días, como pedía el poeta pensando en el Dios al que no terminaba de encontrar. Poesía para celebrar la Hispanidad...

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.