15.10.22

288/365 Jaime Siles

 



Este fuego sin temblor que insiste en el corazón del aire ha visto caballos arder en un sueño, ha sido la honda sangre que consuma su oficio de aljibe donde las palabras se buscan y fracasan. Al sentir que palidecen, brincan, demoran la quietud que las suspende en el corazón y abruma. No hay cisne, ni alondra. Como un río que gime o como una campana que fracasa. Yo os enseñaré la apacible canción de la espera. Nos parecerá frívola toda belleza. Tendremos el leve consuelo de las sombras cuando danzan a ciegas y el sol las enloquece. Ya nada puede hacernos el tiempo. Altos, nobles, puros, miramos el clamor de la luz en la ventana. En el centro de la luz, el mar se resuelve laberinto. Este himno tardío es un ángel o un trampantojo de un ángel. Ni himno ya parece. Una niebla contiene todas las palabras que hemos dicho. Génesis de la luz, música de agua, alfabeto nocturno, pasos en la nieve: el poeta está a salvo del fuego y los caballos en su fronda de humo se alejan para que no podamos recordar el silencio. Mi voz es anterior al tiempo. Estuve aquí cuando el cielo era un paisaje desnudo en el ojo de Dios. Alucina la tarde en las alas de los insectos. Aferrarse a lo real no nos concierne. "Mi ayer son algas de pasión, / luces de espuma". Queda un resplandor, una voz de piedra que se consume en la tiniebla antes de que se multiplique el silencio en la memoria. Todas las palabras acudieron a concederme su milagro. "Tenían agua dentro y yo se la quité / Bebí toda su agua y me quedó su sed. / No me quedó su habla: me quedó su mudez". 

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