23.10.22

Un mapa de agua

 



Al azar se le confía a veces la cartografía de la realidad: la muda a su antojo, hace de ella cosa nueva o la remoza hasta que apenas queda algo de lo que fue en un principio. Tal vez no sea ese azar el que escribe y todo cumpla un vaticinio, una especie de texto escrito que poco a poco va cobrando su lugar y se ofrece con singular oficio. Ve uno cosas que no comprende y permanecen en penumbra las que con más sentido apresa. Siempre me gustó observar esas anomalías (o serán piezas cabales de una lógica que no comprendo) con las que la naturaleza nos hace pensar en ella, como si eso hiciese falta. Ayer hice parada ante un charco improvisado a mi paso. Saqué el recurrido móvil y registré el hallazgo. Era América del Sur. Los movimientos tectónicos le habían añadido una masa continental cercana que no reconocí como África y alguna poco apreciable disimilitud en el trazo costero, pero quizá esa discrepancia cartográfica me pareció una licencia o una premonición, como si la primeriza Pangea siguiera su curso con morosidad (lo sigue con absoluto y metódico cartesianismo) para que nada permanezca y cada cosa tenga un lugar huidizo y en nada prevalezca algún afán de permanencia. Ni nosotros permanecemos. Se adueña de la voluntad un deseo de fuga y también de quietud. Como si el azar (qué será, nadie lo ha descrito todavía con propiedad) dictara su lenta sinfonía de varianza y de caos. 

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