1.6.08

"Talibanismo de sacristía"


En política, en periodismo, conviene que haya predicadores del pesismismo, gente muy al tanto de los vaivenes del mercado y de la conveniencia de una crisis a tiempo, que conocen a fondo su oficio y parecen próceres de la comunidad, sujetos responsables, ciudadanos ejemplares, modelos de civismo y de gestión del patrimonio o de la información y que han convertido el despacho en un templo, miran de reojo al votante y viven más del desmérito ajeno que de la eficacia propia.
Federico Jiménez Losantos, tan a mano el hombre para hervirnos la sangre sin esfuerzo aparente, cuenta que el político es, por natural, pieza poco sincero, a quien no puedes confiar tus ahorros o tus confidencias porque luego te sale por peteneras mediáticas y dice que no te ha visto o que no recuerdo qué le dijiste o cómo. Desalentado, Losantos vuelve a la carga en su púlpito de la COPE, en su columnita de El Mundo, en sus rincones cibernéticos: este mundo nuestro de hoy tiene esas cosas, que uno puede proclamar alto y claro su desencanto con la certeza de que hay feligreses, cómplices en ideología, que van a darte las palmaditas en la espalda y van a pregonar tu cruzada como si fuesen mercenarios de tu causa.
Losantos, que confió y ahora ve la confianza traicionada, arrastra su oficio de tinieblas y convoca legiones de adeptos y de enemigos. Incendiario, consentido de obispos, el periodista se alza en España como vocero de la disidencia absoluta, rancio predicador de ese pesimismo social al que muchos lectores se afilian para confirmar sus peregrinas ideas de que todo va de pésimo hacia abajo y que, tal vez, haga falta alguna mano dura desde algún despacho para que la cordura y el recto proceder político devuelva al país al sitio donde (suponemos) estuvo y del que ahora falta. No sé yo qué sitio pueda ser ése por más que intento ir al día en lo que pasa ahora y estar al cabo de lo que pasó antes. Mi edad no me permite razonar las pandemias del pasado, pero tengo argumentos ya suficientes para entender las del presente y me da grima (epidérmica, mental) la inquina de este hombre hacia todo lo que no comulga con sus criterios.
Menos mal que nos queda el Gran Wyoming, que le da un contrapunto sentimental al periodista Losantos en su programa televisivo de La Sexta, cadena abominable (no lo dudo) a ojos del recién traicionado cronista. Decir que Gallardón no quiso investigar a fondo el 11-S puede ser una infamia que merece que el alcalde siente al periodista en el banquillo. A Losantos le importa poco esa exposición pública: todo es carnaza para su verbo inflado, todo conviene para su catequesis política. Además va a tener más argumentos: Pilar Manjón, presidenta de la Asociación del 11-M, va a quererllase por menospreciar, humillar y ningunear a las víctimas del terrorismo. Nada que el emperador de la destemplaza no pueda capear. La AVT, sin embargo, corona a Losantos como Luz de Esparanza, apoyar la memoria y la dignidad para con las víctimas del terrorismo.
Atribulado, dejado de la mano de los obispos, que es lo mismo que aceptar que Dios le ha dado la espalda, Losantos se enfrenta a un episodio singular en su escalafonato mediático: demostrar que lleva razón, arengar con brío y espléndidos argumentos a su envalentonada tropa de oyentes, lectores y simpatizantes varios para que su causa, su descalabro, sea una cosa de interés nacional y cope (ja) teletipos y parrillas de información en los telediarios.
El flanco duro del PP le ha abandonado en el camino. Ya no tiene apoyos o los tiene muy debilitados. Ni Esperanza, que lo defendió ante el Rey, le ha alfombrado la defensa y todo hace ver que la sentencia será desfavorable y tendrá que pagar costas y someterse a los dictados de la Ley. No problem, he said. Losantos eleva vuelo, aunque Dios le haya dejado en la estacada. He dicho Dios, o sea Rouco.
Hay mucho virtuoso del descrédito suelto en la arena periodística, mucho adalid de la disidencia, mucho tertuliano encabronado, mucho pájaro desjaulado que se cobra víctimas en cada aleteo. La política, a lo visto siempre, es un negociado muy sensible que se vale de influencias muy íntimas y de gestos muy privados. Todo muy doméstico y, sin embargo, muy relevante. Por la mañana se le oye vocinglar su cruzada. Los taxista lo vitorean entre carrera y cigarrito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo mejor es la foto. No puede ser más explícita.

Comparecencia de la gracia

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