6.6.08

La niebla de Stephen King: Serie B fundamentalista

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Una de las aspiraciones confesas de Stephen King es que su literatura no fracase en el cine y, a lo visto, el escritor ha tenido más descalabros que atinos y mientras que Frank Darabont continúe hechizado por su novelística no hay mucho que temer. De hecho las tres adaptaciones del director sobre la obra de King son, cuanto menos, dignas, y ésta en particular es notable. Cadena Perpetua era una película de aliño clásico, romántica, ejecutada con un amor infinito al noble material del que procedía. La milla verde era más rancia, se dejaba contaminar más por el espíritu comercial de bajo presupuesto o influencia televisiva que siempre de la que siempre ha huido King.
Una de las muchas virtudes de esta nueva adaptación (en este caso de una narración breve no editada como novela) es su fortaleza dramática, aunque la evidencia, su reclamo y su caché en la cartelera, es su plasticidad y su (casi) ilimitada capacidad para extraer de elementos verdaderamente muy restringidos un muestrario competente de emociones humanas, abiertas a la desolación absoluta de saberse víctimas inmediatas de unas criaturas absolutamente kitsch, exentas de lirismo, planificadas como un ejército descontrolado ávido de sangre y de destrucción.
Lo de menos, lo que importa menos, es el muestrario de bichos: da igual que nos inquieten mucho o muchísimo o que nos lo tomemos a chota y echemos una sonrisita cuando los mosquitos gigantes toman el control del supermercado en el que se acuertelan los ciudadanos achantados por la niebla que devora la ciudad. A lo que Darabont le da una atención primorosa es al conflicto entre esos ciudadanos y nos hace asentir a su derrotista (sincero, patético, en el fondo) confianza en el género humano y ahí se muestra convincente, habilidoso en el manejo de la atmósfera claustrofóbica en la que se convierte su atrezzo casi único, ese supermercado convertido en un microcosmos de odio puro y de supervivencia.
Sádica en su devastador final, La niebla de Stephen King adolece de muchos requerimientos para ser considerada como un producto enteramente recomendable, pero hay sutilidad en el mensaje de fondo y el asedio, al más puro estilo carpenteriano, se abastece de rutinarias escenas de pura serie B, es decir, cinefilia cero, como diría mi amigo K., que no comparte mi gusto por estos productos alegóricos, capaces de promover conversaciones interiores muy ricas desde un envoltorio icónico ciertamente pulp, adolescente casi en muchas escenas. Ahí está el personaje de la Sra. Carmody, estupenda Marcia Gay Harden, la pirada del pueblo, investida por Dios de la clarividencia y convertida, conforme la película va mostrando sus verdaderas cartas, en el verdadero engendro diabólico capaz de producir (ella solita) un cataclismo no menos espectacular y demoledor que el asalto de los monstruos de la otra dimensión (licencias así hay unas pocas).
Palabrera en exceso, tratándose de una película abiertamente comercial y sacada de un best-seller de King, La niebla es una metáfora demasiado evidente como para pretender buscarle algún sostén veraz: se trataría, más allá de su consistente traza visual, de un inquietante investigación sobre el miedo y cómo ese miedo, convenientemente condimentado de salmos y otros vericuetos morales varios, azuza el mal y lo convierte en un instrumento legítimo entregado por alguna divinidad oscura y vengativa. Ese Dios, llega a decir un personaje, es más peligroso que todos las criaturas del averno. Ya está dicho: fundamentalismo vestido de serie B. Una proeza o un riesgo, en estos tiempos...




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