16.6.08

Palabras más, palabras menos


Debajo de las palabras, en su envés más oculto, reside en ocasiones su significado más visible. Tenía yo una definición errónea de piquete y ahora, por obra del alza en el precio del combustible, poseo otra distinta. Y me asaltan dudas tremendas sobre si aferrarme a la antigua, que se sustentaba sobre la convicción de la palabra y sobre el edificio formidable del razonamiento, o dejarme llevar por la evidencia bastarda de la nueva, cómplice de cierta violencia primitiva, tal vez ese tipo de violencia primaria a la que acudimos cuando hay un enemigo que nos quita el pan y nos confina en el tenebroso territorio de la inseguridad y del abuso. Al camionero, al defenestrado, al aquejado de esta nueva fiebre del capitalismo asalvajado, le importan escasamente las palabras, su envés oculto y la madre que las parió en un arrebato lingüístico. Más cornadas da el hambre, decía una frase de acuño franquista que todavía se oye cuando la realidad aprieta e incluso cuando ahoga. El lenguaje confía ciegamente en su abnegado ejército de peones y el camionero confía en los actos extremistas, en cegar una carretera o en disuadir a quien no comparte su discurso con lo que tenga más cerca. Un camión, un gesto, una destemplaza léxica.
Tal vez piquete confunda como casi ninguna otra palabra. Sólo es necesario ver los informativos en televisión para adquirir esta perplejidad que tenemos. Sólo hay que contemplar, por eso es buena la televisión en este ocasión, cómo un envalentonado (y dolido) gremio rehúsa hacer su trabajo en la exigencia de que éste sea dignificado o se le apliquen razonables criterios de explotación. Importa muy poco que los camioneros fomrulen peticiones sólidas: las suyas lo son. Las formas, en todo caso, han sido las imprudentes. Mi supervivencia o la tuya, parecen decir. El juego, llevado a su hiperbólico extremo, garantiza hostilidades, fricciones en donde las palabras pierden por completo su valía.
Hace falta que no haya leche en el supermercado para que de pronto obtengamos una definición más satisfactoria de piquete. Yo la tengo.
Y ahora, al finiquito de esta entrada, se oye que la huelga (no es tal: volvamos a las palabras) se desconvoca.
Mañana, cuando otro colectivo se percate de que está siendo pisoteado, ocupará las carreteras o las pizarras en las escuelas o los quirófanos y nos quedaremos sin leche, sin educación o sin un transplante. Es la llamada fuerza bruta, la fuerza a la que se acude cuando no se tienen argumentos, no se saben expresar o (quién sabe) no hay nadie que quiera escucharlos para darles una solución.
En otra nos vemos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Magisterio de la palabra -y lo digo sin reveses ocultos, pura sinceridad la mía-, como en todo (lo poco) que he leído de ti. Subsanaré mi error en breve, me digo a mí mismo, porque dicen que de todo se aprende, incluso de lo (muy) bueno. Por cierto, deplorable y terrorífica la situación que plasmas en el texto, menuda realidad la nuestra. Un saludo de Tomás.

Emilio Calvo de Mora dijo...

No estamos hechos para los elogios. Yo, al menos. De todas formas, Tomás, gracias por los tuyos. Nos leemos pues. Saludos, abrazos...

Anónimo dijo...

nice blog, good luck

Pensar la fe