Joel Barish camina conmigo estos días igual que el fuego tutelaba los paseos de David Lynch: me acompaña, aunque no tenga certeza de que esté a mi lado; me mira, aunque no note que me está mirando. Al final, advierto restos de su tristeza nihilista, de sus ansias de amar y de ser amado y prefiguro que no es un invento y que no existe únicamente en un DVD almacenado en una estantería de mi habitación. Pienso (creo) que Joel está en las calles, perdido, remoto, en algún lugar y que la ficción y la realidad son anverso y reverso de una moneda y que está en mi bolsillo. Igual tiene que ver que haya conocido a uno de sus fans más acérrimos este fin de semana en Córdoba. Puede ser. La cabeza no la gobierna nunca el corazón. O era al revés. José Antonio sabe de qué hablo. De cualquier manera Joel existe igual que el coronel Kurtz. Una pareja imposible, pero no tengo ninguna duda de que sabré sacarlos juntos a pasear mi infinita devoción por los mitos. Éstos son fiables y puedo ser hospitalario y dejarlos para siempre en mi memoria.
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3 comentarios:
Oh, qué grandísima cinta, sr. Calvo. Me ha parecido siempre una joya por más veces que la haya visto. Y van cuatro, por lo menos. Una pieza que tiendo a ser un clásico. La última gamberrada visual de Gandry no me llena. Me parece un aburrimiento original, tan sólo.
obra de arte sin más
El placer fue mío, Emilio. No el de encontrar sino el de ser encontrado. Los paralelismos que me unen a Joel Barish son preocupantes. Me temo que te parezco demasiado a él en ocasiones. Y eso no puede ser bueno, Emilio.
La película es otra cosa. No es cine, es más. Como al trato que recibí en la capital Omeya, no puede dársele nombre.
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