A la belleza también se le debe respeto. La juventud de la fotografía, que ignora que a sus espaldas se exhibe Ronda de noche, el inmortal cuadro de Rembrandt, será la que gobernará el mundo. Quizá lo que suceda es que no hayan sido educados para que muestren ese respeto. Nadie les armó de paciencia y de asombro, no se les dijo que dentro de un cuadro está la belleza pura y también lo que quiera que nos una con la eternidad y con la trascendencia. Se les habrá contado cuándo fue pintada la pieza, qué circunstancias históricas o personales marcaron al autor y hasta con qué materiales se hizo, pero no se les involucraría en el manejo delembeleso, ni sabrán qué es eso, en la fascinación por el arte, en la rendición sin excusa ante la contemplación de la belleza: no la conocen, no la valoran más que el pitido de un whattsap en sus teléfonos inteligentes o un vídeo de perros que tocan el piano en Tik Tok. Saben del mundo por las redes sociales. Incluso tienen conciencia de ellos mismos por la cantidad de información que esas redes les provee y en las que participan con vehemencia, con la diligencia de quien precisa que se le ocupe el tiempo para no pararse a pensar en la razón por la que no sabe con qué ocuparlo. De ahí la primacía de la velocidad, que es el signo de nuestros tiempos.
La fotografía, cuyo autor no conozco, es un indicio de algo, una evidencia de que son malos tiempos para la lírica, por supuesto. Nunca han sido buenos, pero estos son los peores. Ante la presencia de la belleza, uno debe sentirse débil, vulnerable, frágil, a la manera que se sienten los que creen (y a veces los que no) cuando entran en una catedral. Los jóvenes de hoy no tienen catedrales, nada a lo que aferrarse y a lo que venerar. Será verdad que faltan valores y que esa ausencia está mandando Europa, cuna de la civilización, a la mierda. Primero ignoramos a Rembrandt, y después nos juntamos a la vera de los estadios (esas nuevas catedrales) para darnos de hostias a ver qué facción sale victoriosa. Es el vacío el que ronda el futuro. Está planeando, seguro de su vuelo, sobre los países, sondeando sobre cuál dejarse caer, manejando la posibilidad de hacerlo sobre todos a la vez. No habrá resistencia. Estamos siendo colonizados por las tecnologías. En el fondo de las máquinas está el vacío. Serán útiles y no podremos vivir sin ellos, quién lo niega, pero debajo de la carcasa, entre los ceros y los unos, está el vacío, el horror, la nada terrible. Quizá podamos vencer en esta liza si desde abajo educamos para que la imagen, a la que tanto se aferran los alumnos, en la que depositan su confianza, sea una asignatura en el aula. No una reglada y marcada con un horario, bastante ocupado está, sino implementada transversalmente, con tesón y pedagogía. Educar para ver. Encontrar el modo de que las palabras expliquen lo que vemos. Si no, el vacío caerá sobre nosotros y nos vaciará por dentro. Ya ha caído.
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