16.12.24

Uno mismo

 




Uno no siempre sabe dar la cara o no quiere darla. Está en ese pudor de no darse la antigua convicción de que no es bueno que lo conozcan a uno del todo. Que conviene reservarse, esconder lo que consideramos más nuestro. El escritor, por el hecho de serlo, suele fomentar en ocasiones la idea de que está ahí, expuesto, vulnerable, practicando una especie de nudismo moral, regalando al lector trozos de alma, evidencias de un corazón que late o de un alma que sale del pecho y vuela o se afinca en la tierra y se arrastra. El lector no tiene fotografía. Quiero decir que no se da al modo en que lo hace el que lo escribe. No tiene una imagen reconocible. Ni siquiera una pasada por el photoshop en la que pueda decir he aquí mi cara, pero la he manipulado para que no me conozcáis del todo. El lector, incluso el buen lector, asume también sus riesgtos, pero ninguno es ése. Está bien el anonimato, el ingreso consentido en la casa ajena y el paseo moroso por las estancias, viendo dónde están los muebles, qué cuadros presiden las paredes, qué hay en el cajón de la mesita de noche.  Y luego está el vacío del que se reconoce como actor de una obra de teatro en la que apenas conoce al público y del que ignora (en la mayoría de los casos) su reacción ante la trama. Un vacio dulce, al cabo. Uno convertido ya en rutina, en acto instalado en el rumiar silencioso de la sangre, en el vértigo y en la fiebre diaria de levantarse, acometer los trabajos ineludibles y querer uno a los suyos de la mejor manera que sabe. En mitad de todo esa travesía de accidentes ineludibles está la necesidad de escribir, vuelvo a repetir, el vicio de abrirse uno y compartir lo que lleva dentro. Será quizá por eso por lo que se escribe, en el fondo: por contar lo que no está a la vista y, en el cuento, en la restitución de ese argumento invisible, convertirse también uno en espectador, en lector, en el voyeur consentido que de pronto está en la platea, atento y goloso de novedades, esperando que algo relevante o hermoso o tierno salga del tiempo empleado en la representación. 

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