29.6.24

Las manos son el fuego

 

A uno le tiemblan las manos por el peso del corazón. Ni querría que no temblaran. No lo hacen si se espanta la sangre y no acude o si los papeles que las manos sujetan se leen sin que ese corazón se pronuncie dentro y se parezca a un pulmón o al bazo. El resto del cuerpo se comporta con absoluto desparpajo, pero las manos lo desoyen, no hacen acopio de serenidad, hasta parecen que festejen el baile menudito que advertidamente ejecutan. Las he visto ocupadas con oficio las veces en que lo contado no tenía ardor ni la pasión lo impregnaba. Tantas veces eso. Se reserva el temblor para lo que de verdad importa. Cuando se desentiendan del alma y estén quietas al agarrar unos papeles habrá que pensar que el tiempo del invierno ha llegado, el del ocaso de la luz, el de la clausura del correr nervioso de la sangre. Arde lo que importa. Las manos son el fuego.

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