5.6.24

Doppelganger

 


Lo malo de ir aplazando las obligaciones es que luego no nos acordamos de cómo se llevan a término. Yo estuve más de un mes evitando entrar en la consulta de mi dentista y el día en que tomé aplomo y me dispuse a franquear ese miedo no recordaba dónde estaba su clínica. Anduve unas horas por el centro tratando de poner en orden mis pensamientos. En ese deambular sin propósito, en ese ocio cobarde, coincidí con un amigo que no sabía cómo ir al banco para pagar la contribución. Me confesó que llevaba más de un año postergando el pago. Días después leí en la prensa que uno de mi pueblo estuvo perdido una semana sin encontrar el camino de vuelta a casa. No lo conozco en persona, pero me han comentado que bebe mucho y que, cuanto más bebe, más olvida. Era ese uno de los motivos por los que recomiendan que no se beba mucho, por el daño que hace a los recuerdos, pero K. me dijo que lo de beber para olvidar es legítimo, un procedimiento como otro cualquiera, quizá más creativo. Es como la serpiente que se muerde la cola y que se gusta en el gesto. Me he preguntado si estas anomalías de índole casi metafísica las tenemos todos, mal que a veces nos pese; no me sorprendería que hubiese idénticos comportamientos en otras partes del mundo y así, al hilo de esta reflexión un poco fugada de tino, he pensado que un ciudadano turco, pongo por caso, se pareciera a mí a la hora de darle esquinazo topológico a la consulta del dentista. Cosas que suceden solo en mi cabeza. No sé, en algún lado, habría un tipo como yo, un Emilio Calvo de Mora Villar paraguayo o de Las Hurdes que odiase esperar la cola en la charcutería o que no supiese todavía hacer el nudo Windsor cuando las bodas o los bautizos. Uno que quizá en este momento estuviera leyendo esto que escribo y se viera reflejado en lo que antojadizamente se cuenta y se vaya hoy a la cama con la certeza irrefutable de que el mundo, en el fondo, es un escenario hostil y que vamos apartando dentistas, charcuteros y oficinistas de banco porque, bien mirado, lo que nos molesta es la rutina, esa reincidencia en lo que nos incomoda. Einstein decía que la realidad es una ilusión, pero una muy insistente. A mí me agrada la ficción de que alguien por algún lado, en un pueblo del Ampurdán o en los barrios de la periferia de São Paulo, sigo fantaseando con la geografía, sea un tipo como yo, padezca las mismas incertidumbres, disfrute de los mismos placeres y sospeche que posee un cómplice, una especie de hermano anónimo, el doppelganger no necesariamente malvado en la distancia, en el insondable territorio de la literatura o de la calle. Si está por ahí, que se persone, que diga estoy aquí, por fin he llegado. Le abriré la puerta de mi casa, estaremos los dos unos días compartiendo mesa, conociéndonos, dejando que la conversación sentencie si en verdad él es una derivación mía, yo una suya o, en el fondo, todo sea un juego verbal más, uno de esos que ejerzo cuando me levanto temprano y me preparo a conciencia para afrontar el día. Que el vuestro sea propicio.

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