13.6.24

A los árboles


 Lo peor es que tu vida sea igual que la de muchos. Tal vez aspire uno a no tener a nadie que se nos parezca. Tener vicios de una extravagancia absoluta. Cometer pecados de una singularidad extrema. Cuanto más se esmera nuestra educación en no desentonar, más infelices somos. La vida está en la periferia. Se van trayendo las ideas, un idílico centro las anhela, se exponen conforme acuden, cree uno que ahonda, pero solo rasgamos la superficie, apenas la violentamos. Todo lo que verdaderamente importa no se puede expresar con coherencia. Se acaba en los márgenes, en la generosidad de la diferencia. Yo siempre fui un enamorado de la diferencia, pero la edad te hace ser como los otros. Haces lo que los otros. Dices lo que ellos. Por eso escribir siempre es reparador. La escritura es un acto de independencia. Da igual que lo escrito no trascienda. Importa muy poco que lo lean los amigos y los eventuales, los acostumbrados y los accidentales. A K. le fascina que yo tenga voluntad infatigable de escribir. Sostiene que escribe quien no tiene pudor, quien desea ser observado. Miradme, no dejéis de mirarme. Anoche pensé en qué decirle para convencerle de lo contrario. Quizá, en el fondo, desee eso: el exponerme, ese ofrecerse a veces un poco obsceno que ocurre cuando uno escribe y registra lo que antes no estaba. De unos papeles hacer un árbol, dejó escrito Sexton. Pues a los árboles.

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