1.6.24

Encargo al viento / Salva Menéndez / Escribir para el corazón

 


No se sabe cómo se construye una vida. A veces ni propia parece, a pesar de entregarle la sangre. Creemos que es pertenencia nuestra, pero no siempre la manejamos con oficio. La de Santiago Nadiés, el protagonista de Encargo al viento, la primeriza novela de Salva Menéndez, es la de todos y es la de nadie, se desprende eso con facilidad, es la de un sueño que no le pertenece y al que entrega toda la determinación de su existencia, aunque esa decisión arruine los suyos. El asunto sobre el que se desarrolla la trama de la novela es el de la abnegación, que es un constructo moral de débil arraigo en estos tiempos. También la aspiración a encontrar el sentido a la existencia y volcar en ese anhelo el entero desempeño de nuestra sensibilidad. En Encargo al viento el lector dará consigo mismo: ese es el propósito de la literatura, el de conducirnos hacia el interior. Es admirable el modo en que el autor rinde la historia, que tendrá (se advierte a poco que uno pone oído) la elocuencia de lo vivido, de lo que es más acendradamente de uno y, al verterse en literatura, adquiere la indumentaria de la ficción. La escritura de la novela es de una sinceridad que apabulla. Está contada desde el corazón o desde las tripas. Es de palabras y de lo que las palabras contienen, de sueños que se proveen de realidad. Conmueve la honestidad con la que Salva Menéndez se desnuda: se aprecia ese acto liberador de la escritura. Quienes no nos entendemos sin escribir, nosotros, los enfermos de palabras, entendemos que esta novela debía existir. Es un tributo a la memoria y a la esperanza. Mientras la leía, conmovido a veces, me sentí un lector privilegiado. No regresé a ningún lugar geográfico que hubiera marcado mi vida, no hubo un regreso a la infancia, pero descubrí al lector novicio que debí ser. Me recordé leyendo con absoluto deslumbramiento, me encontré emboscado en una historia que, por más ajena que fuese, era mi historia, agradecí el poder sanador de la literatura. No hace falta estar enfermo para que leer consuele. Recodar es salvar. Escribir es un plan de victoria. Eso anota en la adenda el autor. La dignidad de los que no tienen voz está recogida en muchas de las páginas de esta emotiva historia. En su recado de contar está la renuncia del amor y también la advocación del amor mismo. La casa de acogida que inspira al atormentado Santiago Nadiés (su quebranto no es diferente al nuestro) no es un edificio tangible, uno entre tantos: su naturaleza es de otra índole, su vocación no es la de dar alivio a los desfavorecidos (tantos son, tan poco se ven) sino la de hacer realidad un sueño y justificar una vida. Creo que Salva Menéndez estará feliz de que su criatura vuele y encuentre lectores. Yo he sido uno agradecido. Hacen falta libros como este. Su escritura es limpia, no hay dobleces, no se entretiene en hacer alarde alguno que emborrone su propósito fundamental: el de contar una historia, el de cerrarla tal vez. Al final va a resultar que escribir es un ejercicio de albañilería sentimental. 






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