22.3.23

Bajar al Mekong



                     (Fotografía propia)


 "Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan el Bautista en el Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu descendía sobre El en apariencia de paloma; y vino una voz de los cielos, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, en Ti me he complacido”.


Evangelio de San Marcos 



Nada de esto ha sucedido realmente, coronel Kurtz. 

El latido rasga el pecho, que abre una sima oscurísima 

en la que se abisma la voz y lo que la voz tutela. Allí se oyen voces. Profesan el mismo tenebroso culto. Adentro se obligan a repetir las mismas palabras en un continuo y las abren como si fuesen fruta y la muerden. Campos de fresas para siempre, ríos como un jukebox de los setenta. La luz aspira secretamente a elevar vuelo y contemplar el vértigo fastuoso del aire. Ha sido el milagro. Ahí las contemplaciones. Ahí las capitulaciones. Ése es el numen, mi coronel. Dios le ha perdonado todos los crímenes. Ya no es de piedra su voz. La cabalgata no sobrevolaba el Mekong ni una arcangélica nube recitaba los salmos venideros. Las walkirias estaban ocupadas en restituir el caos primigenio. Jim Morrison cantaba The end como si fuese el mismísimo diablo. Olía a napalm toda la sala de proyección. Salimos a la puerta para los cigarrillos y los besos. El amor siempre se pierde en estas imprecisiones. 

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