Hay canciones que son la embajada de su género. Take five es la elocuencia del jazz, su vehemencia, una especie de plato suave para abrir apetito a los manjares fuertes, pero Take five no es arte menor, ni se refugia en un hipotético inventario de piezas secundarias. Si no fuese por Take five yo no habría ido a Eric Dolphy o a John Coltrane o a Bill Evans o a Chet Baker. Esta canción fue la puerta. No sé hace cuántos años, pero hizo de puerta. Fue la pieza bautismal, la primera piedra de una catedral. Hoy la miro con gratitud, con fe en el milagro de la revelación, en todos los milagros inadvertidos que luego consolidan su majestuosa presencia y hacen que el asombro y la belleza se renueven.
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