Hay canciones de menos de cuatro minutos que te reconcilian con el mundo y contigo mismo. Tienen esa brizna sublime de júbilo que a veces sólo encuentras en ellas o en un paisaje o en el abrazo de alguien a quien hace mucho que no ves o a quien amas con locura o en la extraña plenitud que deparan algunos sueños. Hay canciones que atesoran un estado de ánimo perfecto y lo restituyen infatigablemente. Basta dejarse llevar, concederles esos tres minutos o cuatro minutos (menos a veces) y regresar más tarde a lo que te ocupara. La música posee la elocuencia de la gracia. Extrae de ti lo que no podría ser izado sin su concurso, no aporta palabras, no las precisa, posee esa asombrosa cualidad que no contiene ningún sintagma, ningún bálsamo y que, en su sublime restitución, los posee todos. Son canciones de una verticalidad milagrosa, de una locuacidad sin desmayo. Me han salvado la vida muchas veces y lo harán cada vez que las solicite o el azar las traiga. Preludian un goce absoluto, lo consolidan después durante un breve y maravilloso tiempo. Concitan la unánime aquiescencia de los sentidos, súbitamente reconfortados, consolados, sublimados por el concurso inefable de la alegría. Hasta los músculos se tensan, agasajados. Incluso el aire vibra cuando se interna por ahí adentro y hace su oficio de vida mientras la melodía suena. Porque es alegría lo que arriman al alma decaída o sostenimiento y convicción de su goce a la que ya estaba alegre. Tengo cientos de canciones que me asisten en júbilo al modo en que lo hace esta. Pop de ligera trascendencia, melodías sublimes que no harán que vea el rostro de la divinidad como si me plantara delante de la bendita ocurrencia de un Bach iluminado, pero que me mostrarán la sonrisa de todos los ángeles. No se me ocurre herramienta de más probada eficacia que esos tres minutos (pongamos cuatro) de vacuidad celestial. Están hechas del oro fugaz de una estrella cuya luz eclosionara en el cielo de la noche y desapareciera sin alardes. Como si no quisiera molestar. Como si quien la escucha sabe que volverá a poco que la reclame y hará el mismo masaje en el espíritu. Eufonía pura. Esta canción de Squeeze (hoy la más alegre del mundo) está conmigo. La llevo siempre. La he escuchado quinientas veces. Me la sé de memoria. A veces la canto sin que tenga yo conciencia de que estoy cantándola. En los momentos de más inusitado prodigio casi siento que estoy dentro de ella.
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